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«Hay que identificar las oportunidades que presenta la suerte»

El pasado martes, en Buenos Aires, recibió el Konex de Brillante, el premio multidisciplinario más destacado de nuestro país. Horas después concedió a LA GACETA Literaria esta entrevista en la que hace un recorrido por los momentos clave que forjaron su extraordinaria trayectoria. La casualidad hizo que su abuela encontrara a su abuelo para engendrar a su padre, el retraso del correo quizás desvaneció la posibilidad de que César Pelli se quedara en la Argentina. Pero fue, fundamentalmente, una combinación de trabajo, tenacidad, perspicacia y talento lo que lo convirtió en uno de los grandes arquitectos del mundo.
 LA SONRISA DEL MAESTRO. César Pelli en la charla con LA GACETA. Por Daniel Dessein – Para LA GACETA – Buenos Aires

-En una entrevista reciente afirmó que nadie es profeta en su tierra y que, en su caso, la prueba es que no tiene ninguna obra en Tucumán. ¿Es una crítica? ¿Un anhelo?

-No, es nada más que un comentario. Tomo las cosas como vienen, nunca me hice problema por lo que no es.

-¿Se puede remediar?

-Casi se remedió hace más de diez años. Julio Miranda, siendo gobernador, fue a verme a Nueva York para que hiciera un centro cultural en El Bajo. También estaba José Alperovich, que era en ese entonces ministro de economía. Pero, bueno, vino la crisis y no se pudo avanzar. Me hubiera encantado hacer ese trabajo.

-¿Cómo se explica que San Miguel de Tucumán sea una ciudad arquitectónicamente pobre habiendo tenido, a mediados de siglo, un Instituto que, junto con la Facultad de Arquitectura de Harvard, fue uno de las dos escuelas más de avanzada del mundo?

-Por un lado, creo que no hubo suficientes oportunidades para los arquitectos que se formaron allí. Por otro lado, hay que tener en cuenta que los arquitectos aislados no pueden hacer las ciudades. Es necesaria una voluntad social y política. También un clima económico. Son hipótesis que arriesgo; me fui muy joven como para hacer un diagnóstico certero. También puedo señalar que lo que aprendíamos en ese entonces, que me fue muy útil en Estados Unidos, no era fácil de aplicar en Tucumán. No había recursos para los proyectos que se generaban. Además, en 1952 esa escuela extraordinaria se acabó. Duró pocos años. Lo cierto es que la arquitectura de Tucumán es muy pobre y es una pena.

-En 1952 muere Eva Perón, de quien el rector Horacio Descole era un protegido y beneficiario de vastos fondos que posibilitaron la notable expansión de la UNT.

-Sí, claro. Lo que absorbió muchísimo dinero, y fue un gravísimo error, fue el proyecto de la Ciudad universitaria. Tenía que ver con el lema «Argentina potencia». Pero el Instituto de Arquitectura no necesitaba muchos fondos. Eramos unos 60 estudiantes. Hoy hay alrededor de 3.000. La Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires tiene 20.000, el doble de lo que tiene la Universidad de Yale en todas sus carreras.

-Este martes, cuando recibió el Konex, agradeció que su madre le marcara el camino.

-Marcó el camino de mi vida. Era educadora y creía que era bueno adelantar a los chicos en la escuela. Estuve adelantado dos años en el colegio y, aunque me trajo problemas para integrar equipos deportivos y para ser tenido en cuenta por las chicas, me dio margen para equivocarme a la hora de elegir una carrera universitaria.

-¿Cuándo llegó su abuelo italiano a la Argentina?

-Llegó alrededor de 1890. Había dejado a su esposa en Carrara, con un hijo chiquito y embarazada. Nunca le escribió. Mi abuela, después del nacimiento de su segundo hijo, tomó un barco a Buenos Aires para encontrar a su marido. No tenía idea de donde estaba pero, finalmente, lo encontró en Tucumán. Tuvieron más hijos; el último fue mi padre. O sea que estoy acá por una increíble casualidad.

-¿Su primera casa estaba en la calle Rioja?

-Sí, cuando estuve en LA GACETA me regalaron una copia de mi partida de nacimiento. Después vivimos en la calle Ayacucho, frente a lo que se conocía como la «plaza de los burros», donde tuvo lugar la Batalla de Tucumán. De hecho en mi casa, cuando estaban haciendo los cimientos, encontraron una bala de cañón seguramente española. Mi hermano Carlos todavía la tiene.

-En la conferencia que dio en Tucumán, organizada por LA GACETA, una estudiante le preguntó cuál era la clave de su éxito. Y usted respondió «suerte».

-La respuesta es acertada -es necesaria la suerte- pero pude haberla ampliado. Hay que identificar las oportunidades que presenta la suerte. También es cierto que el trabajo y la tenacidad, nutridas por cierta perspicacia, son esenciales. Uno de los problemas de los arquitectos tucumanos es la falta de oportunidades. Yo tenía muchos compañeros con talento y pocos pudieron desplegarlo.

-Borges afirmaba que las vidas de los hombres se definen en unas pocas escenas clave. El ingreso al Instituto de Arquitectura, la beca en Estados Unidos, el paso por el estudio Saarineny por las firmas DMJM y Gruen, el proyecto de laembajada de Tokio, el decanato en Yale y la expansión del MOMA, el World Financial Center, las Petronas. ¿Falta alguna?

-Hay escenas intermedias. Un profesor de la Universidad de Illinois había sido socio de una firma en la que conoció a un arquitecto que luego sería socio de Eero Saarinen. Este último le pidió que le recomendara a alguien para el estudio. Por la recomendación de ese profesor de Illinois, yo llegué al estudio de Saarinen. Luego DMJM me ofreció ser director de diseño y empecé con proyectos propios. Gruen me identifica allí y me proponen ser socio de la firma. Se trata de una serie de escalones difíciles de planear. El proyecto del MOMA me lleva a abrir mi propio estudio, donde hubo dos o tres trabajos clave. El proyecto del World Financial Center nos colocó en la vidriera como candidatos a realizar trabajos de gran escala.

-En medio de esos escalones vuelve, en 1960, a enseñar a Tucumán. ¿Pensó en quedarse?

– Lo pensamos pero no mucho tiempo. Era una época más tranquila y prometedora del país. Me presenté a un concurso para un centro municipal, en San Francisco, Santa Fe. No me contestaron nada. Hace poco me enteré que hubo un retraso en el correo que hizo que mi proyecto no llegara a tiempo al concurso.

-¿La ineficiencia del correo argentino hizo que la Argentina se perdiera a Pelli?

– Quizás. Lo mismo me pasó en Turquía. El correo turco retuvo el proyecto que había enviado y nunca llegó al concurso.

-¿Tiene muchos proyectos perdidos?

– Hay muchísimos proyectos que no pude realizar pero no pienso mucho en eso. Así es la vida. Algunos de los más queridos no se hicieron. Por ejemplo, en DMJM hice uno para construir un conjunto enorme de viviendas sobre una montaña. El hijo del cliente, que era campeón de tenis, le pidió a su padre las riendas del negocio y lo llevó a la quiebra. Así se acabó nuestro proyecto.

-Ha dicho más de una vez que el Pacific Design Center, que ya le ha llevado 42 años de construcción, no le permite morirse. ¿Hay un afán de trascendencia en su trabajo?

-Debe haber algo de eso pero no es importante para mí.

-¿No piensa en la muerte?

-No.

-¿Y en los fracasos, en el pasado o en lo que no fue?

-No extraño lo que fue o los lugares en los que viví. Ni Tucumán, ni Los Angeles, etc. Sí extrañaba LA GACETA cuando me fui. Sobre todo las graciosísimas «Cartas a mi Ñaña» de Miguel Hynes O’ Connor.

-¿Hay un gran proyecto pendiente?

-El pintor puede quedar paralizado frente a la tela blanca. Lo bueno de la arquitectura es que nos traen los desafíos y los arquitectos debemos afrontarlos, no inventarlos. Los proyectos nacen con sus límites. Cuánto podemos gastar, en qué terreno se construirá el edificio, para qué debe ser útil, cuándo debe estar listo, qué códigos municipales lo regirán.

-¿Por qué dijo que lo más importante de las Petronas es el espacio quehay entre las dos?

– Es una idea que surge de una cita que me hizo conocer mi maestro Eduardo Sacriste en Tucumán. Es una cita de Lao Tse que repetía Frank Lloyd Wright: «La realidad de una vasija no está en sus paredes de arcilla sino en el espacio que éstas contienen». La realidad de las Petronas está en el espacio que hay entre ellas.

© LA GACETA

PERFIL

Su nombre figura en la mayoría de las nóminas que la prensa generalista o especializada confecciona cuando arma los «top five» de arquitectos de la actualidad a nivel mundial. Ha dejado marcas ostensibles en las más diversas ciudades del mundo. Eso lo convierte en el más global de los tucumanos de todas las épocas. O en miembro titular de una hipotética selección de argentinos sobresalientes que abarcara todas las disciplinas. Pero es también, o sobre todo, uno de los grandes artistas de su tiempo. Muchos de sus edificios pueden compararse, por su estética y la emoción que generan en millones de personas, con las mejores canciones de Bob Dylan, las grandes pinturas de Jasper Johns, las más brillantes películas de Francis Ford Coppolla o las novelas emblemáticas de García Márquez. Todo plano vital, como el de cualquier arquitecto, no puede prever ventanas que cierran mal pero sí la resistencia de la estructura que le da solidez. Resistiendo las adversidades, pensando siempre en algo más grande, poniendo quizás inconscientemente un ladrillo sobre otro, César Pelli forjó una de las trayectorias más extraordinarias de la arquitectura y del arte contemporáneos.

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