Lección kirchnerista a Ravi Shankar
Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Cristina no olvidará jamás la histórica visita a Olivos, esta semana, de Sri Sri Ravi Shankar, el gurú espiritual que es seguido por cientos de millones de personas en todo el mundo. Creador de El Arte de Vivir, la señora lo consultó sobre El Arte de Seguir, y hablaron de los temas más variados, siempre en un clima de cordialidad y mutua admiración.
Ravi Shankar tampoco olvidará ese diálogo. Acostumbrado a hablar ante multitudes, a que lo escuchen líderes de todo el planeta, a que su palabra provoque las conversiones más radicales, no le pasa muy seguido ir a ver a alguien y prácticamente no poder abrir la boca. La que llevó el peso de la conversación siempre fue ella, que se había preparado para que su visitante se diera cuenta que, salvo que seas Hugo Chávez, detesta los consejos venidos de afuera.
La Presidenta sabía que sus seguidores lo llaman cariñosamente guruji , y así lo recibió: «¡Hola, maestro guruji ! Bienvenido al Paraíso Terrenal: la Argentina K». Cuando él respondió con una ligera inclinación de cabeza y le tendió sus manos, ella, reina amable, le dijo que no hacía falta que se arrodillara.
Se sentaron en el gran living de la residencia. Cristina, en un sillón de seis cuerpos, sola. Él, en el piso, con las piernas cruzadas. Antes, intercambiaron presentes. Ravi Shankar le obsequió un pequeño libro con meditaciones. La señora, la colección de 20 tomos que reúne sus discursos. La anfitriona tomó las riendas.
-Leí en la entrevista con LA NACION una frase muy sugerente: «La alegría es siempre ahora, nunca es mañana». ¿Qué quiso decir, exactamente?
-Es una invitación a disfrutar el presente sin…
-Claro, sin estar atado a lo que no sabemos si vendrá. Con todo respeto, voy a discrepar. Yo disfruto ahora, pero también disfruto el mañana y el pasado mañana, porque voy a seguir siendo la Presidenta. Disfruto con el poder que tengo ahora y más con el que voy a tener en el futuro.
-Hay que disfrutar otras cosas. Por ejemplo…
-Sí, por supuesto, otras cosas: yo disfruto cuando mando y cuando me obedecen. Me encanta dar órdenes. Someter. Que me tengan miedo. Que me aplaudan. Que me aplaudan por miedo a lo que les puede pasar si no me aplauden. Como verá, no hablo de cosas materiales, sino del espíritu: tiene que ver con la satisfacción plena del alma. De mi alma. ¡Ah, maestro, qué bien la estoy pasando con usted! Es impresionante: se ve que tiene un carisma especial que hace elevar los espíritus.
Ravi Shankar la oía en silencio, reconcentrado, y le devolvía una sonrisa tierna y una mirada profunda. ¿O acaso su pensamiento se había fugado al más allá? En el más acá, la señora seguía con su unipersonal. Le dio una extraordinaria lección de historia argentina, le habló de El, de ella, del mundo, de Máximo («¡Me gustaría que lo conociera! Se entenderían enseguida porque él, como usted, es un hombre de meditación más que de acción»), del milagro que le había regalado la Providencia con el falso positivo de la tiroides.
El gran gurú la vio volver una y otra vez al pasado, algo que él no recomienda. Siempre dice que la vida debe ser como los autos, que tienen un parabrisas grande para mirar al frente y un pequeño espejo retrovisor para mirar hacia atrás. Quiso decírselo, pero no pudo. Ella seguía hablando.
-¿Qué me puede enseñar sobre El Arte de Seguir? Porque yo voy por todo, pero cómo cuesta. Usted estuvo ayer meditando con presos y a todos les pareció bárbaro. Nosotros sacamos a los presos a meditar en actos partidarios y nos hicieron un escándalo. No termino de entender a los argentinos. Cerramos las importaciones, prohibimos comprar dólares, no los dejamos viajar afuera, los ahogamos con la inflación y la inseguridad, los hacemos viajar como animales en trenes que descarrilan y chocan, y nada. No pasa nada. Pero la otra noche no pudieron ver televisión porque hablé por cadena y se pusieron como locos: salieron a las calles a golpear las cacerolas. Se enojan más por no poder ver una telenovela que por los desastres que hace mi vicepresidente.
A esas alturas, el ilustre visitante había descruzado las piernas y empezaba a incorporarse. Cristina no entendió que se estaba yendo, sino que lo hacía para oírla mejor. Entonces subió el tono de voz. «Ravi, guruji , amigo mío: estamos yendo a las escuelas a adoctrinar a los alumnos para que después nos voten. Hacemos como en sus reuniones. Un gurú de La Cámpora habla y los chicos escuchan en silencio. ¿Usted mañana va a unirse a una gran cadena universal de oración? Yo hago lo mismo: hablo en cadena para todos. ¿Usted es famoso por facilitar el diálogo entre personas de distintas ideologías? Yo soy famosa por evitar el diálogo con personas que no comparten mi ideología. ¿Se da cuenta? Somos dos almas gemelas. Por eso nos entendimos tan bien. Por favor, vuelva: siempre será bienvenido.
Dijo eso y ya estaba pensando en mandarlo a espiar con la AFIP. «A éste lo trajo Macri, ¿no? Que aprenda…», diría después.
Ravi Shankar, sabio y humilde, la despidió y se fue junto a su pequeña comitiva, las manos entrelazadas sobre la túnica blanca. Musitó algo mientras se marchaba, pero en su lengua. Qué lástima no poder traducirlo.