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¿Estamos los argentinos al final de un ciclo?

Análisis de la posible re- reelección de la Presidenta de la Nación

 ARGENTINA.- Según Heidegger, los poetas son aquellos seres privilegiados que descubren o redescubren el sentido original de las palabras. Cuando alguien cantó por primera vez al mar, por ejemplo, registró la impresión que le producía la magia de esta voz que otros repetirían millones de veces después de él. Jorge Luis Borges fue sin duda un poeta, por ejemplo cuando escribió en el comienzo de La noche cíclica: «Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente». El resto del poema ilustra la sospecha de Borges de que todo es cíclico porque lo que ya pasó, misteriosamente, volverá a pasar. El concepto mismo de » ciclo» se conecta con la antigua expresión indoeuropea kwel , «cultivar», porque el sembrador traza un círculo que vuelve sobre sí mismo al sembrar. A ella se vinculan kilo, que quiere decir «rueda», «calesa», que hoy llamamos «calesita» en los juegos infantiles, y télos , el «fin de un ciclo», ligado no sólo a «ciclo» sino también a «hemiciclo», la mitad de un ciclo que a veces confundimos con un ciclo integral. A partir de 1994, cuando Carlos Menem forzó su reelección mediante el Pacto de Olivos y una presurosa reforma constitucional, quizá no advirtió que su propio ciclo estaba por agotarse e insistió todavía más con el alocado proyecto de la » re-reelección», que estaba condenado de antemano porque los argentinos le habían bajado el pulgar.

La oposición al kirchnerismo cometió su propio error en 2009, cuando la rotunda derrota de Néstor Kirchner a manos de Francisco de Narváez hizo suponer que el ciclo kirchnerista terminaba, pero sólo estaba agotándose el «hemiciclo» de Néstor y estaba por nacer otro, el de Cristina. Que nos equivoquemos al interpretar los ciclos no significa que no existen. La observación es oportuna porque la vertical caída de la Presidenta en las encuestas obliga, hoy, a replantear la cuestión: su descenso, ¿es acaso un télos, un final anunciado, o, sólo completa un hemiciclo del que finalmente podrá reponerse? Aquí no hay que confundir las ganas que tenga el observador, por más nobles que sean, con las posibilidades reales de la situación, que podrían contradecirlo aunque no le gustaran.

Las «ganas» de Cristina y los suyos son evidentes: ellos querrían seguir hasta el fin de los tiempos, aún más allá de 2015, cuando se acaba su plazo constitucional, porque no disponen de otra salida. Como hoy no los apoya la gente, han desensillado hasta que aclare, pero no han desistido por eso de su objetivo final de un » re-reeleccionismo ilimitado», y cuentan para ello con la adhesión de una parte no desdeñable de la ciudadanía que contrasta con la división hasta ahora no superada de sus opositores. La fuerza principal del cristinismo reside, en tal sentido, en la debilidad de la oposición, en su incapacidad para reunirse sea para las elecciones parlamentarias de 2013 o para las presidenciales de 2015. Ya que no los une el amor, ¿la unirá acaso el espanto de una » Cristina eterna», a medida que se acerque este año crucial?
¿Hasta dónde llega, en todo caso, el desgaste político del cristinismo? ¿Es irreversible? La misma pregunta podría formularse sobre la torpeza de la oposición. ¿Es superable? El propio De Narváez ha reconocido que en 2009 no supo sostener la alianza con Macri que le había dado la victoria. La oposición, ¿sabrá aprender de sus errores? La crisis de la Gendarmería y la Prefectura ha venido a sumarse al ánimo crítico de la clase media, que se manifestó masivamente el 13 de septiembre, que ya ha recibido el nombre-símbolo de 13-S y que podría repetirse en pocas semanas. Así se suman dos torpezas en competencia entre ellas, la impericia del Gobierno que acentúa su declinación y la impotencia de los opositores que aún no han sabido aprovecharla. ¿Quién de ellos caerá primero en el abismo del desastre?

En su Teoría de la justicia , el pensador John Rawls elogia a las «sociedades bien ordenadas». ¿Lo es la nuestra? ¿Es lógico por ejemplo que el Gobierno le haya confiado a la Gendarmería y a la Prefectura, fuerzas de frontera, funciones policiales en el Gran Buenos Aires? Esta desubicación institucional es un caso más de impericia, pero también proviene del odio ideológico de los Montoneros a los militares y en general a los uniformados, sus enemigos de siempre.

El desgaste de Cristina presenta la novedad de que no se circunscribe a lo económico, porque aparte de la desaceleración de la economía se concentra además en otra área: su estilo de conducción, habitado por la soberbia y el frecuente recurso a la mentira, que la sociedad encuentra particularmente irritantes. Este es un caso en que la economía no lo es todo, porque también intervienen factores psicológicos que hay que tener en cuenta y que la Presidenta ignora en razón de que para ella rectificarse no sería un acto de humildad y de buen sentido sino una rendición humillante frente a sus enemigos. Ambos rivales en la lucha por el poder, en suma, son gravemente «imperfectos». Al Gobierno lo asalta la necesidad de responder al fanatismo y a los intereses creados de sus seguidores, en tanto que a la oposición la debilita la dispersión de su propia vanidad. Lo que no sabemos aún es cuál de estas dos fallas resultará decisiva a la hora de la verdad.

La elección presidencial en la Venezuela de hoy podría adelantarnos algunas claves. Una de ellas es que allá, pero no acá, se ha completado una condición de la que aún carecemos los argentinos: la unidad de los opositores, en torno de Hernán Capriles. Hoy, si gana Capriles, Chávez conocerá la derrota después de catorce años de monopolio, y aun si Capriles pierde le habrá nacido el rival que podría vencerlo más adelante. Esta es una premisa que, por ahora, falta a los argentinos y que, si continúa faltando en 2013 y en 2015, Cristina vencerá. Gane o pierda Chávez, por ello, la Venezuela de hoy se halla un paso adelante de nosotros en el camino de la república.

Quedan dos incógnitas, por lo visto, para despejar: si los opositores encontrarán a tiempo su propio Capriles y si el desgaste de Cristina se convertirá, o no, en un » derrumbe». Si la respuesta a ambas incógnitas es negativa, Cristina se salvará. En caso contrario, habrá un Capriles argentino capaz de vencerla o, por lo menos, de competir con ella. En estas dos últimas alternativas ya no habrá entre nosotros un Unicato como el actual sino un sistema bipartidista y en función de él, tarde o temprano, la Argentina se salvará. Se nos dirá que, según esta cuenta, son pocas las salidas que le quedan a nuestra democracia. Son pocas, pero son las que hay. ¿Las aprovecharemos? Desde el momento en que la vocación de poder de Cristina y los suyos es manifiesta e invariable, todo dependerá de la conducta de la oposición. ¿Tomará conciencia de que todo está en las manos de ella? ¿Estará a la altura de esta inmensa responsabilidad? Si el desgaste de Cristina se precipita en derrumbe, la tarea de la oposición se facilitará, pero aun así faltará nuestro Capriles. Que él exista y finalmente prevalezca no dependerá solamente del candidato principal que surja a través de la competencia entre los opositores sino también del espíritu de grandeza de aquellos que sepan resignarse a ser números dos, tres o cuatro porque han aprendido la lección vital de la democracia que aprendieron aquellos a quienes venció Capriles en las elecciones internas de la oposición: que más vale perder si así gana la república que empecinarse en forcejear aunque sea a costa de ella.

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