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Colapsa la negociación entre la zona euro y el FMI sobre el futuro del rescate de Grecia

Europa intenta ganar tiempo y contener el estallido de la crisis griega | Alemania quiere aprovechar la reforma del BCE para que su voto valga más que el del resto de países

Nueva reunión bajo el signo de la crisis sobre Grecia y un objetivo inconfesable cada vez más complicado: ganar tiempo para contener todo el tiempo que sea posible —preferentemente hasta después de las próximas elecciones alemanas— el estallido de la crisis de deuda en este país.

Los problemas no se dan ahora tanto con Atenas como entre sus acreedores internacionales, los gobiernos europeos y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ayer fracasaron en su segundo intento de llegar a un acuerdo sobre cómo seguir sosteniendo a Grecia, que precisa con urgencia la entrega de más de 31.500 millones de euros para elude la quiebra.

El FMI, sin embargo, se niega a prestarle más dinero porque no cree que el país vaya a poder sostenerse por sí mismo y pagar solo sus deudas en el 2020. Difícilmente la deuda pública estará ese año en el 120% del PIB que se fijó en febrero como aceptable: las previsiones de ingresos  elaboradas por la troika han fallado (el programa de privatizaciones es su gran fiasco) y la economía, ahogada por los recortes, sigue sin remontar. Según Bruselas, su deuda pública griega alcanzará el 190% del PIB a finales del 2013.

Los ministros europeos admiten que la situación no es sostenible, que las cuentas no salen… Pero no quieren ni oír hablar, por ahora, del remedio que propone el organismo monetario internacional: una reestructuración de la deuda. Sin embargo, cada vez más voces, en público y en privado, la consideran inevitable para que el país pueda empezar de cero y volver a crecer. Luc Coene, miembro del consejo de gobierno del BCE, consideró hace unos días “probable” una nueva reestructuración de la deuda griega.

Esta vez la posible quita afectaría a los acreedores públicos, ya que el rescate ha facilitado el trasvase a manos públicas de la deuda contraída por los bancos con el Estado griego. Quienes más perderían esta vez serían los gobiernos europeos y el BCE. El Gobierno alemán, por razones políticas y legales, se opone. Pero incluso el Bundesbank ha admitido que la renegociación de la deuda «al final será necesaria», pero sólo cuando Grecia haya reformado los suficiente su economía, un ‘momento’ que no se espera que llegue antes de las elecciones alemanas de septiembre del 2013.

La solución al embrollo, como ha ocurrido desde el inicio de la crisis, podría llegar mediante un acuerdo intermedio, un nuevo parche que permita desbloquear la entrega de otro tramo del préstamo a Grecia (no se le ha ingresado dinero desde mayo) y revisar después la evolución de su deuda, como exige el FMI. Pero el acuerdo se resiste.

Tras más de once horas de negociación, los ministros de Finanzas europeos y el equipo del FMI, dirigido por Christine Lagarde, abandonaron la reunión con las manos vacías cerca de las cinco de la madrugada. «El Eurogrupo ha interrumpido su reunión para permitir que continúen los trabajos técnicos sobre algunos elementos del paquete» de medidas «creíbles» para asegurar la sostenibilidad de la deuda griega, afirma en un comunicado su presidente Jean Claude Juncker, que alaba las últimas medidas de ajuste aprobadas por Atenas.

La eurozona y el FMI volverán a reunirse el lunes 26 de noviembre para intentar cerrar un acuerdo sobre el futuro del programa. Será el tercer intento. Los europeos están dispuestos a dar dos años más de tiempo a Grecia, hasta el 2022, para rebajar su deuda a un nivel sostenible (a la eurozona le basta ahora con que se sitúe en un 130% del PIB) y barajan iniciativas como permitirle recomprar su propia deuda, rebajar más los intereses del préstamo, ampliar los vencimientos…

Estas alternativas no convencen al FMI, que les pide que vayan más lejos y sigue reclamando una quita a los acreedores públicos. La eurozona no está lista a dar el paso pero tampoco puede permitirse perder el aval del organismo monetario al plan de rescate: en países como Alemania y Holanda se tiene como una condición imprescindible para que sus respectivos parlamentos sigan prestando dinero a Grecia.

No es la única negociación de alto voltaje que estos días tiene lugar en la UE. Está en marcha una reforma del BCE con el fin de acomodar su nuevo papel como supervisor bancario europeo, Alemania pretende aprovechar este debate para culminar una aspiración muy querida por los conservadores alemanes y el Bundesbank: lograr que el voto alemán refleje el poder económico del país y pese más que el del resto.

“La idea de crear un panel de este tipo es bienvenida”, afirma el Bundesbank, aunque cuestionando su legalidad, en una nota publicada ayer. Y añade: “Debido a las implicaciones presupuestarias de las decisiones sobre supervisión”, en referencia a la factura de las crisis bancarias, “sería apropiado fijar el peso de los votos de los estados miembros según la clave de capital en el BCE y no según el sistema dominante hasta ahora un voto por país”.

Así, el voto de Alemania pesaría un 18,9%, el de Francia un 14,22%, el de España un 8,3%, el de Malta un 0,08%… Para Berlín (y Frankfurt) sería mucho más fácil hacer oír su voz en las decisiones del BCE, una institución que a raíz de la crisis del euro ha roto definitivamente el molde germano en que se inspiró.

La CDU ya reclamó a Angela Merkel hace un año que planteara una reforma en este sentido. La oportunidad ha llegado con las negociaciones para dotar al BCE de poderes de supervisión bancaria, pero se encontrará probablemente con una gran resistencia en el resto de países, que verían muy mermada su capacidad de influencia.

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