FM Cosmos

Últimas noticias: San Juan, Argentina hoy

DIARIO RÍO NEGRO EN SU EDITORIAL ESCRIBE:

néstor o. scibona

Con mucho menos de lo que la Argentina gastó durante los últimos años en importaciones de gas natural y combustibles líquidos, se podrían haber puesto en marcha obras hídricas largamente postergadas que, al menos, hubieran permitido atenuar las trágicas consecuencias de las inundaciones que conmovieron a las ciudades de Buenos Aires y La Plata y parte del conurbano bonaerense.

Aunque la comparación pueda resultar caprichosa, lo concreto es que frente a ese gasto que en 2011 y 2012 promedió los 9.300 millones de dólares anuales –y podría trepar a más de 10.500 millones en 2013– cualquier inversión alternativa (inferior a 1000 millones) parece pequeña. Máxime cuando esas importaciones podrían haber sido evitadas si se hubiera aplicado otra política energética. Lo mismo que la irreparable pérdida de vidas en el área metropolitana, si la planificación, la asignación de prioridades y las políticas de Estado hubieran dejado de ser enunciados ajenos a la realidad.

Otra forma de poner en contexto esas cifras es calcular que con la mitad de lo que se gasta anualmente en importaciones energéticas, se podrían atender las necesidades de inversión anual en generación eléctrica para que la oferta acompañe a la demanda. O que las tres cuartas partes equivalen a la inversión anual prevista en el plan quinquenal de YPF, cuya reestatización está próxima a cumplir un año.

Está claro que no se puede hacer todo al mismo tiempo. Y que no es posible recuperar en el corto plazo las divisas malgastadas en sostener una política que fomentó el consumo interno con precios políticos que, a su vez, desincentivaron las inversiones para aumentar la producción y las reservas de hidrocarburos y que sólo en los últimos meses comenzaron a ser retocados. En el mejor de los casos, si avanza el cambio de reglas, los resultados tangibles demorarán cinco o seis años.

El déficit comercial del sector energético –que alcanzó a 2800 millones de dólares en 2012 y podría trepar a unos 4500 millones en 2013– fue además la causa nunca reconocida oficialmente de las restricciones cambiarias aplicadas desde fines de 2011 y, en especial, de las trabas a las importaciones en otros rubros. Mientras el cepo cambiario apuntó a blindar las reservas del Banco Central (que, de todos modos, se redujeron en algo más de 6.500 millones de dólares en los últimos 17 meses), los permisos previos para importar buscaron contrarrestar el drenaje de divisas que provocan las compras externas de gas y combustibles (principalmente gasoil).

Este cuadro no se ha modificado sustancialmente en lo que va de este año. Días atrás, el gerente de la Cámara de Importadores de la República Argentina (CIRA), Miguel Ponce, llegó incluso a sugerir el uso de un indicador «desenergizado» para difundir las cifras del comercio exterior argentino. O sea, desagregar las importaciones energéticas del resto de los rubros para evitar confusiones. Según el ejecutivo, en enero último las importaciones totales de la Argentina se redujeron 1% con respecto al mismo mes de 2012, pero la caída fue muy superior si se considera que las de gas y combustibles se incrementaron 75% en el mismo lapso. Las estadísticas de febrero –últimas disponibles– también mostraron un comportamiento similar, aunque hubo una suba de 10% en el total minimizada por el hecho de que un año atrás virtualmente se paralizaron las compras externas a raíz de la puesta en marcha del controvertido régimen de Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI). Aún así, las importaciones energéticas crecieron 33%.

Las DJAI, administradas en forma tan incierta como discrecional por el tándem Guillermo Moreno– Beatriz Paglieri (secretarios de Comercio Interior y Exterior), están entre las causas –aunque no fueron ciertamente las únicas– de la fuerte desaceleración de la producción industrial registrada el año pasado, así como del retroceso de la inversión privada. Como el objetivo oficial era (y es) evitar el uso de divisas, necesarias para compensar el déficit comercial energético, ambos funcionarios se dedicaron a frenar importaciones de otros rubros, incluyendo bienes de capital que son el componente más costoso y a la vez necesario de la inversión.

El resultado es que muchas industrias se vieron impedidas de abastecerse de insumos y componentes para los productos que fabrican. Y en no pocos casos esto se hizo sentir también en la exportación. Para colmo, Moreno exigió a muchas empresas que exportaran un monto equivalente al que necesitaban importar (1×1), con lo cual se dio el insólito caso de importadores de bienes de capital que terminaron vendiendo al exterior vinos, arroz o minerales, comprados a terceros a precios muy poco competitivos y sin que mejorara la balanza comercial. Un negocio verdaderamente cuadrado.

Más por necesidad que por virtud, el gobierno se dedicó a remaquillar esta política al promover la sustitución de importaciones en distintos sectores fabriles. Pero esta estrategia también tiene sus bemoles: no es sencillo generar proveedores locales de la noche a la mañana cuando se trata de reemplazar partes y piezas producidas en el exterior, sobre todo en condiciones de calidad, escala y precios similares. Y menos cuando se buscan resultados de corto plazo.

Tampoco la táctica oficial fue la más adecuada. Muchas empresas fueron presionadas para aumentar el porcentaje de integración nacional de su producción, bajo la amenaza de cerrarles la importación. Una anécdota que circula en el sector de maquinaria agrícola señala que la ministra de Industria, Débora Giorgi, llegó a decirle a una compañía que dejara de vender un modelo de tractor ante la imposibilidad de importar tornillos especiales para sus motores, que no se fabrican en el país. Más cerca en el tiempo, la ministra advirtió días atrás que no habrá créditos oficiales subsidiados para las firmas que no aumenten el componente local de producción, encuentren o no proveedores.

Cualquiera sea el cristal con que se mire, el problema es que la economía argentina ha vuelto a padecer, después de muchos años, una incipiente restricción externa (escasez de dólares en el mercado oficial), que se hizo más evidente en el último verano por las importaciones de gas y combustibles, pese a que el cepo cambiario frenó la fuga (y también el ingreso) de capitales. Si la mayoría de los economistas no prevé un escenario de crisis, es porque a partir de este mes deberían comenzar los esperados ingresos de dólares provenientes de la cosecha de soja y de maíz. No obstante, tanto la brecha cambiaria del orden de 60% entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, como la incertidumbre sobre la expansión monetaria de este año electoral (a la que se sumará la previsible atención de la emergencia social en el área metropolitana), plantean ahora interrogantes que no se habían abierto en los últimos años.

Comments

comments