VI Congreso de la Lengua. En la víspera del encuentro más importante del español, voces de uno y otro lado del Atlántico discuten cuál es el valor, el poder y los intereses reales de las academias.
POR GUIDO CARELLI LYNCH/revista ñ
“Desde el Cantar de Mío Cid, España es un país de vasallos arrodillados al zángano de turno que tengan de rey y un país de lameculos de cura y de torturadores de animales. España no vale la pena. Me alegro de que esté en bancarrota, económica, política, moral… Ojalá que la deriva continental que descubrió Wegener nos acabe de separar de ellos. Que el mar se ensanche”, contesta, vomita y dispara vía mail el escritor colombiano Fernando Vallejo. La pregunta es simple y un poco tramposa, quizás porque invita a una respuesta: “¿Cree que España todavía ejerce dominación a través de la normativa del idioma?”.
Con ánimos mucho menos encendidos que los del autor de La virgen de los sicarios, no son pocos quienes creen que la relación con Madrid es asimétrica y que desde la capital española todavía pretenden regir la norma de la lengua, controlar su expansión y sus beneficios.
En España se apuran en negarlo; Víctor García de la Concha –ex director de la Real Academia y actual mandamás del Instituto Cervantes– a la cabeza (Ver “ No tratamos…”). La voluntad cooperativista de la academia española –aseguran, palabras más, palabras menos– está a la vista desde el lema: “unidad en la diversidad”. (El anterior “limpia, fija y da esplendor”, aunque más estricto, parecía el eslogan de una marca de champú, pero eso ya no importa). “La norma del español es pluricéntrica”, insisten en cambio. Sin embargo, la mayoría de los errores que se marcan en el Diccionario Panhispánico de Dudas responde a malos usos de americanismos.
Mientras tanto, el español crece. La oficina del Censo de los Estados Unidos prevé que en 2030 el 7,5 por ciento de la población mundial será hispanohablante. Si la tendencia se mantiene, en tres o cuatro generaciones, una de cada diez personas sobre la faz de la Tierra tendrá como lengua nativa la misma que Borges y Cervantes. Pero no es por curiosidad ni filantropía que Washington toma nota: en 2050 Estados Unidos será el país donde más se hable español incluso por encima de México. Hoy más de 450 millones de personas lo hablan en todos los rincones del planeta y más de 50 millones lo estudian. Esa discusión subterránea y algunas más incómodas difícilmente se cuelen en los pasillos del VI Congreso de la Lengua, que tiene lugar por estos días en Panamá. “El gran debate debería ser la necesidad de una lengua común, sin vacas sagradas y sin autoridades centrales. Una lengua cuyos congresos no sean presididos por el monarca de la antigua potencia colonial y de los que se supriman anacrónicos rituales dieciochescos. El gran debate, que las academias nacionales no se están planteando, es una norma en la que se respeten las variedades nacionales, que no sea discursivamente pluricéntrica y en los hechos, centralista y autoritaria”, dispara el periodista y lingüista uruguayo, Ricardo Soca, administrador del popular sitio www.elcastellano.org que ya lleva libradas varias batallas contra la Real Academia.
Para Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Nacional de Educación, trescientos años de vida, malcrían a cualquiera. “Para los españoles, habituados a ser el eje de la lengua por tres siglos, se les ha hecho difícil el cambio de postura. Pero lo van logrando con inteligencia y comprensión. Pero, por las dudas, debemos dormir como Argos, con 50 ojos abiertos, para evitar los avances, las más de las veces inqueridos, hijos de una tendencia natural y secular, de España sobre el resto de los países de la comunidad idiomática”, explica el también ex presidente de la Academia Argentina de Letras. La historia de la academia nacional representa en buena medida algunas de las tensiones latentes. El decreto de su fundación en 1931 lleva la firma del golpista y nacionalista José Felix Uriburu, quien atendió un reclamo de larga data que excedía su voluntad de poder: crear una institución independiente a los designios de la Real Academia Española (RAE). Su antecesora, la Academia Argentina de la Lengua Castellana, era correspondiente por lo que se ganó el mote de “la sucursal”. La discusión se mantuvo siempre en el seno de la academia, sin embargo la nueva institución fue –junto a su par uruguaya– la única academia asociada a la RAE. En 1999 aceptó el pedido de Madrid y se convirtió en correspondiente.
El ejemplo más brutal entre las asimetrías lo constituye –además de los recursos económicos– el hecho de que la Asociación de Academias de la Lengua Española que agrupa a las veintidós academias que la integran funciona en la mismísima sede de la RAE y, para peor, que –por estatuto– su director es el mismo que la tricentenaria institución. Precisamente, tres siglos de vida, como apuntaba Barcia, y el respeto que inspira la obra lexicográfica y normativa de la RAE y su reflejo en el imaginario colectivo, explican cierta actitud de veneración hacia la entidad española.
Disparen contra el panhispanismo Mientras promueve una política panhispánica, colaborativa y pluricéntrica, la RAE baja línea y advierte que quórum se escribe con “c” y no con “q”. Meses atrás, por ejemplo, recomendó no insistir con algunos sintagmas que emergieron al calor de la última década como “argentinos y argentinas” y “todos y todas”. En el informe “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, de Ignacio Bosque y aprobado por la academia, se concluye que con esas expresiones se está forzando al castellano en pos de no ser sexista. “No deja de resultar inquietante que, desde dependencias oficiales (…) se sugiera la conveniencia de extender un conjunto de variantes lingüísticas que anulan distinciones sintácticas y léxicas conocidas”, explica Bosque.
Ese tipo de actitudes unilaterales son las que más perturban por lo bajo a los habitantes que representan a los 21 países americanos donde viven, por cierto, el noventa por ciento de los hablantes nativos. Pero las críticas también se escuchan entre los lingüistas españoles. Para Juan Carlos Moreno Cabrera, profesor de lingüística general en la Universidad Autónoma de Madrid, los nacionalismos también pesan a la hora de los debates. “A pesar de sus pomposas y altisonantes declaraciones de panhispanismo, la política de la RAE consiste en asegurar un lugar privilegiado y rector a la variedad europea del español dentro de las demás variedades lingüísticas, lo que supone también un papel dirigente indiscutible para la propia RAE, que representa esa variedad. La actual ortografía española, basada en la variedad castellana, es un reflejo directo de este lugar privilegiado. Por eso esa ortografía ha sido y es intocable e indiscutible”, explica Moreno Cabrera.
La representatividad de las academias también es objeto de debates, porque la discusión no se da entre los estados. Y el mentado panhispanismo no tiene la aprobación de ningún país. “Ese carácter paraestatal es un rasgo interesante porque define una estrategia de recuperación neocolonial que pudo ser compartida por gobiernos españoles de diferente signo. Se trata de una idea predemocrática y antirepublicana porque desplaza a los ciudadanos del orden de lo legal, de lo público, al universo de la lengua española cuyos destinos rige un rey y la RAE”, le explica a Ñ Ana María Gargatagli, doctora en filología hispánica.
No todos piensan igual, Gerardo Piña Rosales –nacido en Andalucía– es el director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, la más joven de las asociaciones americanas, y sostiene que si bien España solía mirar con ojos displicentes a las demás academias, se dieron cuenta de que el futuro de la lengua no estaba en España sino en América. Piña Rosales va más allá, para él, el futuro del idioma reside en Estados Unidos. “Ahora bien, ¿quién duda que nos avala el prestigio de la RAE? ¿Es como si tuviéramos que avergonzarnos por pertenecer a una institución que tanto ha hecho por ese bien común que es la lengua española?” se contesta a pesar de que las academias no “pertenecen” a la RAE.
Pero todo debe ser dicho. Y fue un latinoamericano, el director de la academia chilena Alfredo Matos, el primero que propuso hablar de panhispanismo. Por otra parte, a pesar de las acusaciones silenciosas de algunas academias americanas, el aporte económico y profesional de España para favorecer el desarrollo de las entidades de los países más pobres de la región ha sido determinante.
Castellano Sociedad Anónima Cada vez son más los millones de hispanohablantes y cada vez son más también los millones de dólares que mueve la lengua. ¿Quién rige ese mercado? ¿Quién rige las normas? En una sociedad de mercado, ¿quién tiene el copyright del castellano? El español representa el 16 por ciento del Producto Bruto Interno de España, según estudios del Instituto Cervantes y de Fundación Teléfonica, dos bastiones de la Marca España. La colección de ensayos La economía del español , editado por Fundación Telefónica y Ariel desentraña las diferentes aristas del negocio (a veces un tanto exagerado) del idioma. Entre las conclusiones de ese libro –que incluye un capítulo dedicado a la experiencia argentina y su propio Certificado de Español como Lengua Extranjera– señala sin eufemismos que España debe decidir si quiere ser un actor cooperativo (y hasta dónde quiere serlo) o si quiere o puede ser un actor dominante imponiendo sus estándares.
Los autores consideran que, en el largo plazo, las actuaciones cooperativas serían más beneficiosas para el estatus internacional del español, aunque en el corto plazo España puede aprovechar su ventaja en determinados ámbitos, aunque esto genere reacciones en el resto de la comunidad hispanohablante. “La enseñanza del idioma es la más primigenia de las industrias del español , como lo son las industrias culturales, y de un modo indiscutible la industria editorial. Pero todas las ramas del sistema económico dependen de una u otra forma de la lengua, y cada una de ellas, además, tiene un peso distinto en el PBI de cada país”, señala el profesor José Luis García Delgado, director de la colección.
Lejos de la agresividad que mostró alguna vez el Instituto Cervantes, con presencia en 44 países y la voluntad de acordar un examen de español de certificación única, la Argentina pasó de recibir 10 mil estudiantes de español en 2004 a más de 25 mil en 2007. Los precios más competitivos ayudan y también la cercanía con Brasil.
“La lengua no es un negocio, pero a menudo se la trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la metáfora de compararla con el petróleo. Los negocios vinculados a la lengua –traducciones, editoriales, comunicaciones, audiovisuales– constituyen alrededor del 15 % del PBI español. El Instituto Cervantes, como difusor de la cultura hispanohablante y la enseñanza del idioma, es un dispositivo central de esa configuración mercantil. Y la atribución de la capacidad normativa a la Real Academia española convierte a la variedad considerada estándar por la misma como norte para todas las industrias vinculadas a la lengua. Por ejemplo, cuando cualquier latinoamericano usa el procesador de textos Word y elige su variedad –español de Argentina–, el diccionario contra el cual confronta la corrección está producido por la RAE y no reconoce los usos habituales de la variedad argentina. Eso implica dos cuestiones: inseguridad lingüística del escritor local y cuantiosos convenios económicos entre la RAE y Microsoft”, ejemplifica María Pía López, directora del Museo de la Lengua y una de las promotoras del documento “Por una soberanía idiomática”, que firmaron medio centenar de lingüistas, escritores y académicos argentinos el 17 de septiembre en Página12. En él, proponen, entre otras medidas, la creación de un Instituto Borges (¿un Cervantes argentino?) -que sirva para plantear el discurso político de la lengua- y para más adelante la creación de una Asociación Latinoamericana de la Lengua.
Nacionalismos, colonialismo, paranoia e ideologemas anacrónicos: la discusión se actualiza con cada nueva edición del diccionario, con cada Nuevo Congreso. Si hay polémica, bienvenida.