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«Me hice el muerto para que me llevaran a la morgue»

Dos jóvenes manifestantes opositores denunciaron que fueron víctimas de abusos después de ser detenidos por la Guardia Nacional venezolana

Por   | Para LA NACION

«Tranquilo, que te vamos a matar. Esto es rapidito. Ustedes no son nadie.» Juan Manuel Carrasco, de 21 años, y Jorge Luis León, de 25, que marcharon en contra del gobierno, reviven para LA NACION su propia película de terror, salpicada de golpes,maltratos e incluso tortura.

Fueron detenidos en Valencia por la Guardia Nacional, el jueves pasado, después de las marchas, y permanecieron detenidos entre 55 y 60 horas antes de comparecer ante el juez.

La crueldad del relato de las golpizas comienza con la misma detención. Carrasco, León, un amigo y una chica se refugiaron en su vehículo y fueron sacados a perdigonazo limpio. Los guardias, más tarde, incendiaron el auto con absoluta impunidad.

«La lluvia de golpes era tan desproporcionada que me hice el muerto, para que me llevaran a la morgue. Para comprobar que no lo estaba me acercaron una bayoneta al ano. Al moverme, me dieron otra patada», recuerda León.

Desde el primer momento, Carrasco se enfrentó a los guardias nacionales. Juan Manuel es ciudadano español, nacido en Venezuela. Dejó los estudios y trabajaba en la carpintería de su padre, hasta que quebró por la crisis. Un tipo «arrecho» (valiente), que se enfrentó a los guardias para defender a una chica y a sus amigos.

«Reclamé por nuestros derechos. Me golpearon muy feo, en las costillas, en la cabeza, con patadas, cachazos [con la culata] de los fusiles. También con los cascos», explica.

«Al llegar al comando de la Guardia Nacional de Tocuyito nos pusieron frente a un perro y le gritaban: «¡Muérdeles en el cuello!» Incluso nos lamió las heridas. Después nos arrodillaron y tres de ellos empezaron a jugar al fútbol con nosotros. Nos patearon en la espalda, mientras gritaban gol», recuerda León, que también es músico y que ni siquiera milita en las filas opositoras, lo que en Venezuela llaman ni-ni o independiente.

En un momento de la pesadilla de 48 horas, a Juan Manuel, que practica artes marciales, lo apartaron del grupo. Sus compañeros pensaron que lo iban a matar. «Me bajaron los pantalones y me metieron por el ano el cañón del fusil», recuerda el joven, al que no se le quiebra el ánimo. Carrasco perdió tres veces el conocimiento desde la detención hasta que fue liberado: «Hasta cachazos en la frente me daban», cuenta.

Cuando fue llevado a la Corte, que decretó su libertad con cargos, le narró las torturas a la fiscal del gobierno. «Póngase la mano en el corazón si tiene hijos», le dijo. La mujer respondió con lágrimas. El juez, más tarde, le decretó casa por cárcel.

El joven insiste en que en el cuartel de la guardia venezolana había varios cubanos. «Se lo noté en el acento, igual que distingo el tuyo», señala a LA NACION.

Al menos dos de los guardias sí protegieron a los jóvenes. «Nos daban comida y en algún momento nos quitaron las esposas», revela León. Coinciden en que los militares estaban rabiosos porque «llevaban 25 días sin dormir».

Una de las primeras amenazas giraba en torno al capitán, «que decía que estaba muy enfadado porque se iba a casar y le estábamos fastidiando la boda». Cuando este oficial llegó, comenzó a golpearlos con su casco, que incluso se rompió.

Ambos tienen el cuerpo muy magullado. León sufre una fisura en el cráneo, costillas muy golpeadas, un oído reventado por un perdigón y los ojos con vasos rotos.

A Carrasco ayer una comisión policial tenía previsto llevarlo al hospital, para que evaluaran sus lesiones. «Tengo hematomas en las costillas, abdomen, nuca y una herida en la cabeza. Hasta me cuesta abrir los brazos», resume.

«Nuestro sistema de justicia criminal es una porquería», denuncia Alfredo Romero, abogado, activista de derechos humanos y presidente del Foro Penal Venezolano.

Esta y otras organizaciones han denunciado más vejaciones, desde la aplicación de electricidad en las axilas hasta el uso de trapos manchados con gasolina para limpiar las heridas.

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