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La mayoría de los talibanes a los que atendió el psiquiatra Mohammad Nader Alemi sufría de depresión.

    El doctor Mohamed Nader Alemi ha trabajado como psiquiatra en Afganistán por casi tres décadas y, desde hace 10 años, dirige un hospital psiquiátrico privado de 20 camas en la ciudad de Mazar-e-Sharif, la cuarta más grande del país.

Durante un tiempo, su provincia estuvo bajo el control del Talibán. De hecho, Mazar-e-Sharif fue la última gran ciudad en caer en manos del grupo yihadista, en 1998, así que el doctor se vio a sí mismo atendiendo a varios miembros de la organización.

«Para los médicos no existen enemigos y todos los seres humanos son iguales. Así que trabajé para ellos como para cualquier afgano», aclara Alemi antes que nada.

«Algunas veces lloraban… La mayoría sufría depresión. Yo les preguntaba por qué no volvían a sus casas. Pero eso no era algo que estuviera en sus manos, sólo el comandante sabía cuándo iban a poder regresar y ver a sus mujeres y familiares», explica a la BBC.

La empatía del médico

El doctor reconoce que sentía empatía, como ocurre a veces con los pacientes.

«Cuando hablaba con ellos me deprimía también».

«Siempre trato de empatizar con mis pacientes y los talibanes también son seres humanos. Los doctores no entendemos de fronteras, de nacionalidades ni de nada por el estilo. En ese sentido, soy un trabajador humanitario internacional», remarca.

Muestra de ello es que, al mismo tiempo que atendía a talibanes en su consulta, su mujer y él dirigían una escuela clandestina para niñas. «Aquellas niñas tenían muchos problemas para estudiar. Así que dábamos clases en casa. Afortunadamente, ahora ocupan las primeras posiciones de sus clases y estamos muy orgullosos de ello».

El doctor recuerda también aquella ocasión en la que tuvo que atender a Akhtar Osmani. Éste, además de ser un alto dirigente, era el tesorero de la organización y un estrecho colaborador de Osama bin Laden y Mohammed Omar.

El entonces presidente de Afganistán, Hamid Karzai, se refirió a él como «uno de los miembros más peligrosos del Talibán».

Osmani murió durante un ataque aéreo de Estados Unidos, en diciembre de 2006. Pero el día al que se refiere Nader Alemi fue años antes, en 2001, cuando los yihadistas aún no habían sido derrotados.

«Un día el director del Departamento de Salud vino a mí y me pidió que examinara a Osmani. Había pasado una mala noche, incluso había hablado solo en voz alta. Así que le prescribí varios medicamentos».

Ante la pregunta de si cuando el Talibán dejó la región su práctica psiquiátrica había cambiado de alguna manera, el médico se muestra contundente.

«Siguió siendo igual», enfatiza. Y agrega: «Desafortunadamente, todos estos años he trabajado igual».

Vivir sin certezas

Que nada haya cambiado significa que por su consulta siguen pasando entre 90 y 100 pacientes al día.

«Hay tantas personas a las que atender», dice Alemi.

«Trabajo de 6 de la mañana a 11 de la noche. A veces, cuando es muy tarde y veo que la gente sigue esperando, les digo que soy un ser humano y que no puedo atenderlos a todos, que vuelvan al día siguiente. Pero no todos lo aceptan».

Y es que muchos llegan desde áreas rurales que son de acceso complicado.

Asimismo, la mayoría de los que acuden a visitarlo son mujeres. Como Maryam, una joven de 18 años que lleva dos años con una depresión profunda.

«Mi marido me pegaba», explica la mujer. «Mi padre me entregó a un hombre con una sola pierna. No me gustaba».

Ahí empezaron sus problemas, según relata. «Es por eso que estoy en esta clínica».

Afganistán está luchando en varios frentes: la guerra y la pobreza, pero también, como dejó patente un estudio, los desórdenes de la salud que aquejan a 50% de la población.

«Yo creo que no es el 50%, que es más. No tener ninguna certeza en la vida es un gran problema. Estoy seguro de que en algún momento sabremos cómo solucionarlo, pero por ahora la incertidumbre afecta mucho a las nuevas generaciones», apunta el psiquiatra Alemi.

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