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"Los que comienzan por destruir libros, luego destruyen a las personas"

  0011634143   Tío y sobrino llevan tres décadas sin hablar hasta que un día el tío invita a comer a su sobrino -que ya pasó la barrera de los sesenta años- para contarle la historia de la familia. Ni siquiera sabes tu apellido, le dice al escritor mexicano Francisco Martín Moreno, que hasta ese momento jamás había dudado del apellido materno. Te llamas Bielschowsky, eres judío como tu madre y como yo, revela el tío a quién le han diagnosticado una enfermedad terminal. A partir de ahí, el autor protagonista comenzará a conocer secretos de su ascendencia y con esta reconstrucción familiar como telón de fondo, indagará en la historia del siglo XX y en especial en la del nazismo y el falangismo español.
El autor mexicano, que tiene una prolífica obra no exenta de polémica por su mirada crítica sobre aspectos de la historia de su país, sus próceres y el rol de la Iglesia católica, despliega en esta novela su visión corrosiva para juzgar el papel de Estados Unidos, Inglaterra y Francia en el crecimiento de los totalitarismos europeos, cuestionar el rol del Papa Pío XII, sostener que en Argentina se refugiaron nazis y se lavó su dinero sucio y afirmar que Hitler era homosexual.
«Paco» Martín Moreno, estuvo en la Argentina para presentar «En media hora…la muerte», que este mes publicó Planeta. Visitó la redacción de Infobae para ofrecer una entrevista que no pasará inadvertida.
-Esta historia podría comenzar así: Y un buen día a los sesenta año, Francisco conoció su pasado, su ascendencia judía y los secretos de su familia.
Era muy tarde, llevaba más de cincuenta años de no ver a mi tío Claus porque se había peleado con mi madre. Le dije: «Dime una cosa, ¿por qué te peleaste con mi madre?». «Ya no me acuerdo», respondió. El me llamó para decirme que se estaba muriendo y que le quedaban tres semanas de vida. Le dije: «Pues, si te quedan tres semanas de vida y no sabes por qué te peleaste con ella, ve a verla». «Ni muerto, me dijo». «Entonces no sabes por qué te peleaste con ella y no la quieres ver». «No». Ahí comenzó una segunda parte de mi vida, porque yo no conocía mi historia personal ni la historia de mi familia. Mi madre había nacido en Berlín en 1923, mi padre en Madrid en 1916, los dos eran refugiados de la demencia fascista, la nazi y la falangista. Demencias que estaban vinculadas estrechamente. Todo lo que yo sabía era eso y que se habían conocido en Guadalajara, México.
-Su tío me hizo recordar esos narradores de los cuentos de Guy de Maupassant que piden que uno se siente y comienzan a contar una historia.
Mi tío me dijo: «Te voy a contar la historia de la familia porque me estoy muriendo. Me ha costado mucho trabajo buscarte después de cincuenta años de no verte y de no ver a nadie, pero tu eres el único escritor de la familia. Ni siquiera sabes como te llamas, tu apellido es Bielschowsky». «Suena como un apellido judío polaco», le dije. «Es que tu eres judío y tu madre es judía», me respondió. Y yo: «No puedo ser judío por una razón muy simple, porque no creo en Dios, no creo en ninguna inteligencia superior a la humana, soy escéptico, agnóstico y ateo». Y entonces me dijo: «No vinimos a discutir tus convicciones espirituales, sino a contarte la historia de tu familia».
-¿Como se trabaja un texto de ficción con elementos reales de su propia vida?
Hay zonas oscuras en donde no pude llegar con la investigación y entonces es ahí en donde entra la imaginación del novelista. Por ejemplo, un dato duro: Hitler se casa con Eva Braum y quince minutos después que se casa, entran a una habitación y se suicida. ¿Qué pasó en esa habitación? ¿De qué hablaron? El historiador serio no puede explicarse lo que pasó ahí adentro, no puede contarlo, pero el novelista se puede meter a través de las paredes o debajo de la puerta y así lo hice. Estaba sentado en la cama en aquel abril de 1945 viendo la conversación entre ellos dos. Ahí se mezclan la ficción con los datos duros de la historia.
-A lo largo del texto, en distintas oportunidades, hay un reproche a la actitud de Europa frente a los inicios del nazismo y del fascismo.
Es un punto que me interesa muchísimo y que me produce mucha desesperación. En el Tratado de Versalles se establecía que Alemania no podía construir aviones, submarinos, tanques ni acorazados de guerra. Así como no podía tener un ejército mayor a cien mil personas. Sin embargo, Franco le pide a Hitler que bombardee ciudades españolas. Hay que pensar lo que es eso: le pide a una potencia que bombardee su propio país. Es un crimen terrible. Cuando las grandes potencias democráticas, como eran Francia, Inglaterra y Estados Unidos, se dan cuenta que no sólo Hitler tiene aviones de guerra, sino que esos aviones los está utilizando para bombardear España, era el momento en que deberían haberle dicho ya está bien y haberle hecho un bloqueo comercial y cercar a Alemania para obligar a Hitler a un desarme masivo. No digo que Roosvelt le declare la guerra a Alemania por haber bombardeado España, digo hacerle un cerco. Pero no hicieron nada por temor y es ahí cuando el Presidente Azaña habla con ingleses, franceses y norteamericanos y les dice que están bombardeando a la república española, que es una democracia naciente. «Vosotros no hacéis nada y gracias a eso, no tardará Hitler en bombardearlos a vosotros», les dice. Y lo hizo. Esta es la desesperación que te da cuando ves como la grandes potencias se quedan inmóviles y ven como Hitler recupera la Renania, que era una región que le había quitado el Tratado de Versalles y que era rica en hierro para fabricar armamentos.
-Ese cuestionamiento también lo hace extensivo a la Iglesia Católica.
El Vaticano suscribe tres concordatos: uno con Franco, otro con Hitler y el tercero con Mussolini. Para comenzar a estudiar el tema hay que leer un libro que se llama Hitler´s Pope, de un autor inglés. Ahí queda claro como Eugenio Pacelli, que era Nuncio apostólico en Munich, luego en Berlín y después secretario de Estado del Vaticano en 1930, apoyó el acceso de Hitler al poder. Le pidió al Partido católico alemán que se abstuviera de presentar los diputados al Parlamento para facilitar la llegada de Hitler al poder a cambio de que Hitler le entregara a la Iglesia Católica el derecho de educar a todos los alemanes. Cuando acaba la guerra crea lo que se llamó «La ruta de las ratas», que era un conjunto de monasterios que estaban en Italia en donde esconde a los líderes nazis para después mandarlos a América Latina a cambio de sobornos muy importantes en oro y plata, con lingotes que se habían hecho con los dientes de judíos que estaban siendo exterminados.
-Sobre el final habla de la acogida de nazis en Argentina y como aquí se lavó dinero proveniente del nazismo.
Hay mucho dinero nazi que viene de Europa a cambio de pasaportes que se los da Juan Domingo Perón y por eso hay tantos nazis aquí en aquella época. También se escondieron muchos en Brasil, pero aquí es adónde llegaron más nazis.
-En la novela, a través del testimonio de su bisabuela, remarca que todo lo que hizo Hitler lo escribió en Meim Kampf, lo cual agrava aún más la responsabilidad histórica de las potencias y de los liderazgos de Europa.
Ludendorff, que era el lugarteniente de Hindenburg y había sido uno de los grandes militares alemanes en la Primera Guerra, le dice: «Usted le permitió a Hitler el paso, Usted lo nombró Canciller con toda la autoridad y el pueblo alemán tarde o temprano, vendrá a escupir su tumba». Con la misma claridad que tenía Ludendorff para darse cuenta de la monstruosidad de Hitler, mi bisabuela lo veía. Y por eso escribía estas cartas que me dio mi tío en donde explicaba lo que era el Nacionalsocialismo. Por ejemplo, explica que en el año 1935 los nazis le quitan la nacionalidad a los judíos. No los dejan trabajar, no los dejan estudiar, no los dejan ingresar a las academias, no los dejan ser abogados o periodistas y los condena a la muerte civil y al hambre. Mi bisabuela dice que lo que sigue de esto son los campos de exterminio porque ya existían los campos de concentración pero no los de exterminio. Mi bisabuela siempre lo dijo: «Comienzan por destruir libros, después destruyen a los hombres».
-Y esta discusión que se debe haber dado en varias familias aparece en los debates con su marido, su bisabuelo.
Le decía a mi bisabuelo «Vamos, porque nos van a matar», y mi bisabuelo estaba engolosinado vendiendo zapatos. Como judío vendía zapatos a los nazis y botas para el Ejército, porque Goebbels tenía un problema en una pierna y siempre caminaba cojo y un primer ministro de propaganda que estuviera cojo y no respondiera a la pureza superior de la raza aria era algo inaceptable, por eso mi abuelo le hizo unos zapatos ortopédicos de manera que podía caminar como si fuera una bailarina, no se le notaba nada. Goebbels le daba mes a mes una cantidad enorme de dinero como comisiones por los pedidos de zapatos. Mi bisabuela le decía: «No confíes en un nazi» y él le decía «Voy a vender todo y nos vamos». Esperó hasta el último momento y, claro, lo cegó la ambición y, por supuesto, tenía razón mi bisabuela. Los arrestan y los gasean y los matan en Auschwitz. Ella sabía que eso iba a suceder pero nunca quiso dejar a su marido.
-En la novela aborda el tema de la sexualidad de Hitler que los historiadores han debatido mucho y sobre la que publica una extensa bibliografía. ¿Afirma que Hitler era homosexual?
Hitler era homosexual. La investigación sobre la homosexualidad de Hitler comenzó cuando llegó a mis manos un libro que se llama The Pink Swastika. No sólo de Hitler, sino de la alta jerarquía nazi, que en ese libro se ve. De ahí empecé a investigar más y vi las relaciones amorosas de Hitler con su chofer, como se suicida su sobrina Angela en 1928 después que lo liberaron de la cárcel posterior al Putsch de Munich. Desde el nieto de Richard Wagner, el famoso músico alemán, tuvo relaciones con muchos hombres y eso está documentado. Por eso pensé, este es el momento de poder decirlo y por eso puse mucho énfasis en la ficha histórica para quién dude de todo esto lo pueda buscar. Me llamó mucho la atención cuando hablé con muchos psicólogos y psiquiatras que ellos me dijeron que todos los movimientos de cabeza y de las manos de Hitler eran gritos de impotencia sexual y de desesperación por no poder tener nunca una mujer. Mandaba a matar a los homosexuales en los campos de exterminio para lavarse la cara. El decía que no era homosexual y a ellos los mando a matar porque son un desperdicio, son una putrefacción social. Lo hacía para lavarse la cara este malvado asesino.
-Usted ha dedicado gran parte de su vida literaria a poner luz sobre puntos ocultados de la historia de México. ¿Reconstruir estos años de Europa, la historia de los dictadores y de la llegada de migrantes a su país también ayuda a comprender el Mexico contemporáneo?
Una parte de la inmigración española que huyó a México después de la guerra permitió que llegaran grandes poetas, ingenieros, doctores, politólogos y filósofos, que eran una auténtica maravilla y que fueron a dar las universidades de México o a las empresas. De la misma manera que se desangró España de sus mejores hombres y que tardó muchas generaciones en su capacitación y en su adiestramiento profesional. Cuando estos hombres liberales y republicanos tienen que huir de España, se empobrece muchísimo ese país pero también se enriquece México de manera notable. Fueron maestros de maestros. Gente de bien que llegó a ganarse la vida con un gran agradecimiento para México porque les abrió las puertas.

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