“Uuuu, uuuu, uuuu”, imitaba a un mono un aficionado desde la grada para insultar a un futbolista rival negro. Cuando otro hincha lo encaró, la novia le recordó que semanas atrás habían castigado en ese mismo estadio, en la ciudad de Alajuela, en Costa Rica, a otro espectador por proferir insultos racistas. El aficionado aceptó callar, pero le dijo a su novia que él no era racista, que sus sonidos de primate eran solo para intentar desconcentrar al futbolista rival.
Era domingo y en los periódicos del día se leían aún comentarios sobre racismo y sobre un libro infantil tradicional llamado Cocorí, una obra ficticia que compara a un niño negro con un monito, entre otros estereotipos. La obra, de un intelectual comunista de los años cincuenta, había inspirado un ensamble musical patrocinado por recursos públicos que fue suspendido después por solicitud de dos diputadas negras, las únicas dos entre 57 escaños de un país con un 7,8% de población que se autodefine afrodescendiente, según el censo oficial. Ellas piden también que se retire el libro de la lista de textos de lectura disponibles para las escuelas públicas.
La petición fue como lanzar una piedra a un panal. Se desató una profusa reacción en defensa de Cocorí y contra las dos diputadas, la oficialista Epsy Campbell y la opositora Maureen Clark, que después denunciaron haber recibido amenazas racistas anónimas. Una de ellas les decía: “Deberían irse a África”; según Campbell, cuya conclusión es tan categórica como la de la Defensora de los Habitantes, Montserrat Solano, en Costa Rica hay un racismo solapado.
Con expresiones ocasionales en el fútbol, en la cultura o en la política, el componente racista se mantiene en un país que se jacta de su inclusividad
La discusión sobre Cocorí, publicada en 1947 por el reconocido escritor Joaquín Gutiérrez y con amplia simpatía entre la población costarricense, ha preocupado a autoridades y organismos defensores de derechos humanos. Han ido más allá de la defensa de la obra literaria y de su contexto histórico. Se suscitó un brote de comentarios racistas en redes sociales que causaron alerta en la Defensoría de los Habitantes y la oficina local del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Vemos con preocupación las amenazas a personas afrodescendientes, así como comentarios que hieren su dignidad, especialmente mensajes con contenido incuestionablemente racista”, publicó la oficial local del PNUD, Yoriko Kasukawa, que instó al Gobierno a buscar la manera de combatir el racismo.
La falsa aceptación
Con expresiones ocasionales en el fútbol, en la cultura o en la política, el componente racista se mantiene activo en un país que se jacta de su inclusividad, de mayoría mestiza y con minorías indígenas y negras menores que en otros países de la región. Su mapa étnico es similar al de Uruguay, según Quince Duncan, escritor y activista designado en este año por el Gobierno como Comisionado de Asuntos de la Comunidad Afrocostarricense.
Con 30 años de experiencia en la investigación del racismo y la búsqueda de soluciones, Duncan se declara sorprendido por “la virulencia” de las expresiones racistas, facilitada por el anonimato de las redes sociales en un país que, encima, no tipifica como delito la discriminación. “Siempre hemos dicho que hay racismo, por ejemplo en los estadios de fútbol, pero jamás pensé verlo al extremo en que está. Esa discusión sobre Cocorí exacerbó todos los sentimientos ocultos que había. Es alarmante y muestra la amplia ignorancia que hay sobre los derechos humanos, según los cuales es la víctima la que señala la discriminación, no el que discrimina”, comenta Duncan, consciente de tocar un tema sensible del cual Costa Rica se presenta como modelo hacia fuera.
“Claro que estamos mejor que otros países, pero acá hay un racismo estructural por debajo del mito. Hemos vivido disimulando y si tuviera que decir algo positivo al debate de estas semanas, es que hemos visto el problema con claridad. Es más grave de lo que creí, es un odio inédito”, lamenta Duncan, que clama por reformas en el sistema educativo y que tampoco se deja ver optimista por el efecto que eventuales cambios legales.
Opiniones sobre la obra
Los comentarios de las noticias en Internet acabaron siendo depósitos de descalificaciones en aparente defensa de Cocorí y contra su supuesta censura, aunque el libro sigue presente en librerías por el equivalente a siete dólares y en bibliotecas. “Ayer vino un hombre a comprarlo porque quiere estudiarlo para sus nietos”, contó una vendedora. Eso es lo que ha planteado el presidente, Luis Guillermo Solís, nieto de una mujer negra: que padres y maestros promuevan una lectura crítica, pero que no se excluya.
La obra ha sido objeto de análisis en el Tribunal Constitucional, que la ha validado ya. Ahora el problema va más allá del libro; es la reacción excesiva en contra de un grupo que se siente discriminado, según la Defensoría de los Habitantes. Para ello preparan una campaña y no han querido dejar de lado a referentes negros para la población costarricense, como el portero Patrick Pemberton. “Políticamente el avance ha sido muy poco y se siguen oyendo insultos racistas en los estadios, pero ya no como antes”, matiza el futbolista, frecuente protagonista de campañas contra el racismo en este deporte.
fuente EL PAÍS