Nadie puede discutir que los argentinos somos fieles a nuestras tradiciones: los cortes de luz programados renacen de tanto en tanto y ya parecen formar parte de una cruel costumbre. . Este verano, los porteños, golpeados por el aumento de las tarifas impulsado por la gestión de Mauricio Macri, vuelven a repetir hábitos como los que sembraron el mal humor generalizado en 1988 durante la presidencia de Raúl Alfonsín. Hace veintiocho años, la realidad era tan similar como la actual. Nada cambió. O quizás todo empeoró.
Esta temporada, la crisis, alentada por las inusuales temperaturas (enero fue el más caluroso de la historia según los especialistas en meteorología) y la falta de inversión en infraestructura que sumen al país en un retraso tecnológico de décadas, hacen que los cortes ya formen parte de la cotidianeidad.
En 1988 se programaron drásticos cortes de energía como sucede hoy. Y con ellos, la vida en Buenos Aires se transformó definitivamente durante varios meses. Por entonces, serios problemas en la Central Hidroeléctrica de Embalse Río lll, en la Central Nuclear de Atucha y un incendio en la red de distribución que salía de El Chocón sumieron al país en una de sus más graves crisis en materia de electricidad.
En la actualidad, a las temperaturas colosales y a la falta de inversión, se le suman un consumo mayor que el de hace casi tres décadas debido a los nuevos hábitos urbanos y el incremento de la población en las ciudades. Pero, ¿cómo era vivir en el 1988 de los cortes programados? Los memoriosos lo recordarán muy bien. Un infierno. Igual que ahora. Calor y oscuridad, un combo de fastidio e incomodidad.
Ajustar los relojes.
.La hora oficial se adelantó sesenta minutos. Desde el 1° de diciembre de 1988 los argentinos nos acostumbramos a cenar con el reflejo de la luz diurna filtrándose por las ventanas.
Vía pública alterada.
.Un poste sí, un poste no. Las avenidas de la Capital Federal sufrieron la reducción de un cincuenta por ciento de su iluminación. El alumbrado público se encendía alternadamente dejando a la mitad de sus columnas desafectadas.
.La municipalidad también apagó las farolas decorativas y se suprimió la iluminación de monumentos, fuentes y ornamentaciones de edificios públicos.
.Los comercios debieron suspender el encendido de marquesinas y vidrieras. La oscuridad propició, en aquellos años, una ola de robos amparados por la complicidad de la sombra, siempre secuaz del delito callejero. El recurso no solo afeó la visión de las arterias más transitadas sino que significó una merma en el consumo ante la falta de atractivo de los comercios para ofrecer sus productos luego de la caída del sol. Muchos locales no respondieron a la nueva norma, siendo severamente castigados con multas que complicaron aún más la economía de sus propietarios. Penas y caída en las ventas llevaron a no pocos a bajar la persiana definitivamente en un panorama asediado por la hiperinflación.
.Los cines y teatros también debieron oscurecer sus letreros, factor importante en la difusión de las propuestas.
.Algunos centros de entretenimientos como el popular Italpark de Recoleta debieron adaptarse con una iluminación de emergencia que distaba bastante de la habitual, desbordada y llena de colorido.
La tele con poco aire.
.Los canales de televisión debieron acortar drásticamente la cantidad de tiempo de salida al aire. La programación se redujo a sólo cuatro horas diarias. La merma en la producción local causó gran malestar en actores, animadores y periodistas que vieron desaparecer sus ciclos de las pantallas o, en el mejor de los casos, llevarlos a cabo con una frecuencia inusual. Los programas matinales desaparecieron de las grillas por mucho tiempo.
Transpirar la camiseta.
.Los encuentros deportivos deben ajustar su desarrollo a los períodos de luz solar. Así rezaba la nueva norma. Solemne y letal. Si los jugadores sudaban las casacas, los hinchas no la pasaban mejor bajo el rayo de sol sobre las tribunas en las jornadas de más calor.
Paliativos imprescindibles.
.Como en la época de nuestros abuelos, los porteños vaciaban compulsivamente las expendedoras de hielo de las estaciones de servicio. Claro que los cortes también afectaban estas heladeras, así que encontrarla inundada por el deshielo era una de las peores desazones que podían sucedernos. Los empresarios con varios puntos de venta, transportaban las bolsas de hielo de una estación a otra esquivando cortes, e incentivando de manera notable negocio de la venta de los cubitos.
Amanecer a Plazo Fijo.
.A lo largo de los meses más críticos, no fueron pocos los asuetos administrativos decretados para frenar el consumo de energía demandado de la administración pública.
.Para aprovechar la luz natural, oficinas públicas, sindicatos, empresas e industrias decidieron adelantar su apertura. En el caso de las entidades bancarias, el horario de atención se redujo una hora y se estableció de 8 a 12 hs.
A oscuras pero organizados.
.Los cortes siempre eran anunciados de antemano y bajo un estricto plan establecido. Los apagones diarios eran dos de tres a cinco horas cada uno con un intervalo de seis horas.
.La Secretaría de Energía, a cargo de Roberto Echarte, había anunciado la medida para implementarla de lunes a viernes, pero con la llegada de los primeros calores de 1988, los fines de semana también se vieron afectados.
.Si para muestra es necesario un botón, el Poder Ejecutivo realizó una cena de ministros en la Residencia de Olivos bajo el candor del siempre efectivo Sol de Noche.
Luces y sombras con movimientos migratorios.
.Los porteños agudizaron el ingenio dando rienda suelta a la viveza criolla. Los bares y restaurantes anunciaban de antemano su disponibilidad de energía, generando reservas de comensales que escapaban de sus casas en busca de luz, aire acondicionado y una vida «normal».
.Algunas zonas cercanas a hospitales fueron excluidas de las medidas de racionalización. Los comercios de las inmediaciones anunciaban esto como una victoria en busca de clientes de otros barrios en penumbras.
Los cortes de este verano, casi treinta años después de aquellos, parecen ser menos generalizados y más cortos. Aún así, ningún anuncio previo o plan organizado, quita el mal humor y la incomodidad de quienes los padecen. Hoy como ayer la historia se repite. Ancianos atrapados, tanques de agua vacíos, gimnasia forzada para subir eternas escaleras que parecen llegar al cielo y la tristeza de una ciudad oscura vuelven a sumergirnos en una historia caótica tan repetida como evitable.
fuente LA NACIÓN