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El endurecimiento dejó desorientada a la dirigencia sindical

El endurecimiento de Mauricio Macri con los gremios desorientó a la CGT. Hasta ayer, el desplazamiento de dos funcionarios cercanos a los gremios no había sido motivo de debate en la central peronista. Puertas adentro se conversó más de los desacoples que se advirtieron en la protesta de anteayer en Plaza de Mayo y de la interna gremial que del desafío presidencial.

La cúpula de la CGT se reuniría recién la semana que viene o la próxima para poner en marcha o suspender el confederal del 25 de septiembre, fecha en la que se podría definir un paro general que la mayoría de los gremios adheridos considera poco viable antes de las elecciones legislativas del 22 de octubre.

Ninguno de los integrantes del triunvirato de mando de la central obrera pensaba ayer en convocar a un comité de crisis para evaluar la marcha o fijar una postura ante los desplazamientos del titular de la Superintendencia de Servicios de la Salud (SSS), Luis Scervino, y del viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor.

Sin embargo, hubo dirigentes que reconocieron el golpe por la salida de Scervino, a quien valoraron por haber agilizado el pago de los reintegros a las prestadoras médicas sindicales y por instaurar un mecanismo de devolución del dinero que se atesora en el Fondo Solidario de Redistribución (FSR), la caja en la que se atesora el aporte obligatorio que se les retiene mensualmente de sus salarios a los trabajadores y que los gremios consideran propia.

«Lo de Macri fue una reacción directa e inmediata hacia nosotros. Faltó que eche a «Chiqui» Tapia de la AFA», ironizó un sindicalista sobre la salida de los funcionarios y el cuñado de Hugo Moyano que preside la casa madre del fútbol doméstico. Otro dirigente de peso se refirió puntualmente a Scervino: «Su salida es una verdadera cagada. Espero que el que venga siga en la misma tónica».

Espacio para negociar

Lejos de endurecer el reclamo que planteó anteayer un sector de la CGT, el desafío presidencial dispersó aún más a los sindicalistas.

Incluso, más de un dirigente llamó ayer por teléfono al ministro de Trabajo, Jorge Triaca, para conciliar e intentar reabrir un canal de diálogo y negociación. Así lo confirmó LA NACION a partir de fuentes de la cartera laboral y de la CGT.

La desorientación sindical llegó hasta tal punto que el tema que se impuso ayer en el debate seguía siendo la lucha interna entre el moyanismo y «los Gordos» (los grandes gremios de servicios) por el control del poder en la central obrera. Se multiplicaron las acusaciones cruzadas.

Cerca de Pablo Moyano, que rechazó hablar con LA NACION, cuestionaron a «los Gordos» por su intención de boicotear la movilización. En tanto, desde el otro sector apuntaron sus críticas a los camioneros por los incidentes que opacaron el acto de la Plaza de Mayo y exigieron debatir una nueva estrategia para guiar el vínculo con el Gobierno.

El poder del Gobierno luego de las PASO

«Debemos trazar cuáles son nuestros límites: los convenios colectivos, el modelo sindical, la ley de contrato de trabajo y la seguridad social. Pero no podemos hacer una marcha sin una agenda clara», avivó la polémica un referente de «los Gordos».

Hubo un tercer bastión que no se quedó al margen: los autodenominados «independientes», cuyos integrantes son Gerardo Martínez (Uocra), Andrés Rodríguez (UPCN) y José Luis Lingeri (AySA), plantearon la necesidad de dejar de lado las diferencias antes del plenario sindical del 25 de septiembre y seguir la hoja de ruta prevista.

Estos tres dirigentes sindicales fueron los que intentaron convencer a los funcionarios que la marcha de anteayer era «el mal menor» para evitar que prospere un nuevo paro general. «Jugaron mal, de manera hipócrita. Dijeron una cosa e hicieron otra», los acusó una empinada fuente del Ministerio de Trabajo.

En ese escenario, hasta el 25 de septiembre no se vislumbra una definición importante en la CGT, en lo relativo a su vínculo con el Gobierno. Habrá, tal vez, encuentros furtivos con funcionarios para intentar distender un vínculo que alcanzó su cima de tensión desde que Macri desembarcó en la Casa Rosada.

fuente LA NACION

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