Cristóbal López salió de prisión con ánimos de revancha. Está furioso con sus socios, con su supuesto heredero, con el Gobierno y con la Justicia. El «zar del juego» y dueño del Grupo Indalo quiere recuperar sus años de gloria y trabaja para eso.
Su primera decisión, tras la excitación de sus primeros minutos en libertad, es medir sus palabras. Sí, dijo que ahora no se callará nada. Y mantiene su decisión. Pero se calmó lo suficiente para tomarse un respiro y escoger bien qué dirá, cuándo y a quién.
López sabe que Mauricio Macri desconfía de él, de sus planes y de sus intenciones. En rigor, es recíproco. Mañana se cumplirán dos años de la fecha en que el «zar del juego» le envió una carta al Presidente para preguntarle si tenía «un problema personal» con él. Nunca recibió una respuesta en palabras, pero cree que los hechos hablan por sí solos.
«No estuve preso; estuve secuestrado», dijo López tras recuperar su libertad. Y detrás de sus 86 días tras las rejas ve a un responsable, que hoy ocupa el despacho principal de la Casa Rosada.
López sabe, además, que se equivocó al estampar su firma junto a la de Ignacio Rosner para completar el «traspaso irrevocable» del Grupo Indalo. Porque siente que se juntaron el hambre y las ganas de comer.
¿Por qué? López siempre negó ser el testaferro, el «palo blanco», del expresidente Néstor Kirchner. Como máximo, admitió a regañadientes que cosechó beneficios propios de la cercanía del poder. Y creyó que la solución a sus problemas tras el traspaso de diciembre de 2015 era ahondar esa senda. Basado en esa creencia, buscó primero negociar con el empresario Orlando Terranova, quien se presentó como candidato de Pro en Mendoza y nunca ocultó su amistad con Macri. Pero ese primer intento salió mal y junto a López y su socio, Fabián de Sousa, sospecharon que el Grupo Clarín se encargó de boicotearlos.
Lejos de modificar la estrategia, López la llevó más lejos. Aconsejado por un lobbista, confió en las buenas artes y en la supuesta «llegada» de Rosner a los nuevos habitantes de la Casa Rosada y al holding que lidera Héctor Magnetto.
¿Por qué? Porque, al fin y al cabo, Rosner egresó del colegio Cardenal Newman, como Macri; estudió ingeniería en la Universidad Católica Argentina, como Macri; trabajó para el Grupo Socma y, dentro de ese holding, en Sideco, junto a Macri, y de yapa integró durante una década el directorio del Grupo Clarín. En otras palabras, López creyó que había encontrado al cerrajero que le abriría las puertas a la cúspide del poder amarillo. Y Rosner no lo sacó del error. Al contrario.
Rosner nunca le dijo que uno de sus apodos entre los «Newman’s boys» es «el plomo», mote que le colgaron porque les hablaba sin parar a sus amigos y conocidos hasta que lo frenaban con un «parala, plomo». Rosner tampoco le dijo a López que cuando se reunió con el jefe de asesores de la presidencia, José Torello, ambos revivieron las vivencias del Newman. Porque el nuevo timonel del Grupo Indalo comenzó a explicar sus planes con las inversiones extranjeras que afirmó que llegarían hasta que el funcionario lo frenó como hace décadas. «Pará, plomo. Cuando se concrete esa inversión, hablamos». Ahora, encima, la Justicia complicó los planes de López: no solo desplazaron a Rosner del timón de Oil Combustibles, nave insignia del Grupo Indalo, sino que designó hasta agosto -como mínimo- tres administradores judiciales. Por eso el patagónico ahora mide sus próximos pasos junto a sus abogados y asesores. Quiere revancha.
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