El nacimiento de Cambiemos fue un hallazgo de la ciencia. Para las elecciones de 2015, las investigaciones más profesionales comenzaron a detectar la demanda de una porción importante de la sociedad que se había cansado y buscaba una alternativa. Así, el hallazgo de Jaime Duran Barba, Marcos Peña o el iluminado de turno dio voz a una demanda sin dueño.
Esa demanda ciudadana aún se mantiene después de dos años y el gobierno lo sabe muy bien. El cambio ya se volvió parte de nuestro ADN cívico y parece que en la arena política ya no hay reglas tan rígidas ni patrones tan establecidos. Cuando todos pensábamos que en un país tan católico como el nuestro nunca se podría discutir seriamente una ley para despenalizar el aborto, el gobierno entendió que hoy era funcional a la demanda social y abrió el debate en el Congreso. El sinfín de problemas que pasaron a un segundo plano con ese movimiento es un beneficio difícil de soslayar.
En paralelo, la oposición también busca representar el cambio, en su mayoría hacia el interior de sus fuerzas. Hasta quienes quieren “volver” reclaman un cambio para conseguirlo. Hoy la ciencia sigue detectando un pedido de cambio, pero pareciera que la sintonía entre lo que ofrece el poder político y la gente, no está tan ajustada como antes.
Según el último estudio nacional realizado a fines de marzo, la única convicción es el cambio. 6 de cada 10 entrevistados reclaman un cambio en el modelo de gobierno actual. Una transformación absoluta o manteniendo ciertas mejoras, pero un cambio al fin. Y eso significa que la mayoría no está contenta.
Muy a pesar del gran negocio de la grieta (rentable sólo para el macrismo y el kirchnerismo) 6 de cada 10 argentinos declaran no ser ni macristas ni kirchneristas puros. Particularmente, la misma cantidad no cree ni en políticos, periodistas, jueces ni autoridades religiosas.
Tal vez el escepticismo se deba a cambios que nunca se concretaron. Ante un oficialismo que plantea un canal de diálogo abierto al que invita a todos para construir un país mejor, solo 2,5 de cada 10 cree que el gobierno dialoga con la oposición. Lo cierto es que nos han hablado mucho de construcción plural, de esfuerzo y de meritocracia, pero en la práctica, las mesas de diálogo han tendido a ser nulas.
Pero donde el cambio parece más esmerilado es donde la decepción es más dolorosa. El fin de la corrupción era el principal reclamo que se le hacía al gobierno en 2015 y hoy el 48.4% de los argentinos califica al presidente Macri como bastante o muy corrupto, pero lo más llamativo es que el 54.5% opina lo mismo de su entorno. El gobierno de los CEO´s está sufriendo una fisura importante en la confianza de la sociedad, como siempre el entorno elegido puede llegar a ser la mayor debilidad de los seres humanos.
En este mundo de cambios constantes y paradigmas caídos, en un país donde tenemos peor memoria que capacidad de improvisación, dos figuras por fuera de los grandes partidos históricos conforman la escena principal. Los dos se nutren mutuamente y así se sostienen en el ring desde hace dos años. Mientras tanto, miden a la sociedad con atención, porque saben que el cambio ya no tiene dueño y los argentinos siguen cambiando.
El horizonte se abre. ¿Será que aún no identificamos quién personificará el cambio en 2019?
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