Un auto gris pasa por la puerta de Juncal 1411, un hombre baja la ventanilla y grita: «¡Vamos Cristina!». Tres mujeres colgadas de un árbol con una bandera con la imagen de Cristina aplauden y le responden: «¡Vamos!». En Juncal y Uruguay el cordón de militantes que le hace «el aguante» a Cristina Kirchner en la puerta de su casa, tras la votación en el Senado, se dispersó pasadas las 22.30. Sin embargo, algunos «cristinistas» acérrimos resisten a pesar del frío.
Ese es el caso de estas tres mujeres que a las 23 continúan aquí. Ya saben que es probable que hoy no se allane el departamento de la expresidenta. Lo confirmaron con el tuit de la presidenta del Senado Gabriela Michetti. También creen que Cristina no va a volver a su domicilio esta noche. Pero, como dice el slogan, el amor es más fuerte.
Elsa Fragueda, una jubilada de 71 años, viajó desde La Matanza para apoyarla. «Vine por mi cuenta, no me podía quedar en mi casa mirando por televisión este circo», dice a LA NACION.
Mientras tanto, una taxista pasa por la calle helada y repite la exclamación del hombre del auto gris. «¡Vamos, vamos!», la siguen algunos.
«Macri hizo que nos odiemos entre todos los argentinos», dice una mujer que se encuentra detrás de Elsa. Muchos de los presentes prefieren no hablar, no revelar su identidad y, en el caso de quienes son de Recoleta, no exponerse frente a sus vecinos al admitir que apoyan a Cristina.
Elsa cuenta que a lo largo de su vida conoció a muchos gobiernos, pero ninguno como los de «Néstor y Cristina». Explica que hay una parte de la población con dinero y status pero que, otra, la que pertenece a una clase social baja, tuvo que rebuscársela sobremanera para subsistir. «Los laburadores de abajo tuvimos que rompernos y ella nos ayudó mucho, ayudó al pueblo, ayudó mucho al pobre. ¿Cómo no la voy a apoyar? Esto es algo armado por Macri para tapar todos sus chanchullos, porque ellos se están robando el país. El sur está tomado por los norteamericanos y los ingleses. Está vendiendo el país», dice. «Me considero cristinista», agrega, sin dudarlo.
En un puesto de diarios, un cartel blanco con letras azules persiste bajo la noche fría. «Lxs pibxs siempre vamos a estar, fuerza Cristina», reza. «Cristina tiene los fueros del pueblo», dice otro. «Más te persiguen, más te bancamos», se lee más abajo.
Nilda barbosa, de 53 años, y Walter Villalba, de 58, son un matrimonio de Boedo que se acercó hasta Recoleta para decir presente. «Después de escucharla a Cristina en el Senado dijimos: ‘No podemos estar en casa, tenemos que salir y pertenecer’. Asique acá estamos», dice Nilda. Cuenta así que, al ver la situación política y económica del país, considera que se está afectando el Estado de derecho. «Estamos perdiendo nuestros derechos», enfatiza.
«Somos peronistas de siempre, pero desde que conocimos a Néstor Kirchner nos llamó su mensaje de volver a confiar en la política. Estábamos un poco desengañados antes de eso», agrega su marido. Ambos son catequistas. Dicen que «en la época de Néstor y Cristina» veían cómo la gente progresaba, según Nilda, «cómo lograba dignidad». Cuenta entonces que ayer en Caballito visitó un geriátrico estatal y constató cómo los abuelos que estaban con catarro no tenían remedios para curarse. «Las enfermeras me decían que no tienen recursos para pagarlos. Además, la inseguridad está terrible, la presencia policial está pero no accionan, a nosotros nos robaron en diciembre unos motochorros», agrega. Nunca antes les habían robado. El matrimonio dice que se considera kirchnerista y no cristinista porque apoya a los dos expresidentes. Los Villalba están al tanto de que es probable que Cristina no vuelva a su hogar esta noche, pero quieren estar acá para hacerle «el aguante». Se trata de un apoyo simbólico: «Por más de que ella no nos vea, sabrá que estamos bancándola».
Tanto Juncal como Uruguay están liberadas al tránsito. Entre los que persisten en las veredas se entremezclan los repartidores de Rappi con su típica vestimenta naranja, el personal de tránsito de la Ciudad y varios patrulleros. Cada tanto, vuelven los bocinazos, como el de un chofer de la línea 101, que recibió escasos aplausos a su arenga.
Julio Díaz, de 31 años, es de Isidro Casanova y cuenta que venir hasta la casa de Cristina es una forma de apoyarla. «Pasamos tantas cosas en años anteriores que esto es una forma de agradecimiento. Mucha gente dice que no hay que agradecer lo que un político hace cuando es su obligación hacerlo, pero para mí venir acá es darle un reconocimiento», cuenta. Julio está acompañado por su hermano, Marcos, de 28 años. Sobre la causa de los cuadernos, el hermano mayor dice que, así como lo dijo Cristina en el Senado, la patria contratista no viene de ahora. «A esto lo tomo como una persecución», dice. «No puede ser que siempre la corrupción provenga de un solo partido político. Mirá lo que pasó con la vicepresidenta».
«Cambiamos Estado de derecho por estado de derecha», reza un cartel que sostiene un hombre en una esquina. Se llama Héctor y prefiere no revelar su apellido. Tiene 63 años y es de Boedo. «Pienso que este es un momento en que Cristina necesita el apoyo popular, que vea que no está sola», dice. «Para mí la causa esta [de los cuadernos] no tiene asidero legal».
«¡Que vuelva Cristina, carajo», grita un hombre desde un auto blanco, que luego se pierde entre las calles del barrio. La frase se celebra entre los presentes. Hay vítores y sonrisas.
fuente LA NACION