A dos semanas de haber sellado en secreto una suerte de pacto de no agresión en la quinta presidencial de Olivos con cuatro funcionarios de alto rango, el triunvirato de mando de la CGT convocó para el miércoles próximo a un plenario de secretarios generales en el que se daría un primer paso para activar un paro general en la segunda quincena de septiembre.
Lejos de ser unánime, la decisión de poner la guardia en alto e impulsar una nueva protesta agitará la interna sindical. Hay un grupo importante de gremios que priorizan conservar el canal de diálogo que se reabrió con el Gobierno tras la huelga del 25 de junio pasado y que irán al plenario dispuestos a dilatar el plan de lucha.
En lo que sí se advierte cierta uniformidad en la CGT es en el diagnóstico económico: los gremialistas vislumbran un escenario de recesión, ajuste, inflación y caída del empleo. Coinciden en su juicio dirigentes de todos los rubros: de los industriales a los gremios de servicios.
Dentro de la CGT, empujarán la convocatoria a otra huelga algunos gremios del transporte que comulgan con Juan Carlos Schmid , uno de los integrantes del triunvirato de mando. Distinta sería la postura de «los Gordos» (grandes gremios de servicios) y de los autodenominados «independientes», que consideran que el aumento de la conflictividad no ayudaría con el contexto actual.
Podría arrastrar a los indecisos la postura que asuman los colectiveros de la UTA y los ferroviarios, dos gremios estratégicos para garantizar el éxito de cualquier huelga. Un dato: Roberto Fernández, que conserva lazos con Cambiemos , deberá revalidar su mandato en octubre y por primera vez desde 2006 tendrá competencia interna.
La presión por el paro también llega desde afuera, a través de los gremios díscolos, que le reclaman al triunvirato un llamado urgente a renovar autoridades. El camionero Pablo Moyano construyó una alianza con la Corriente Federal, que lidera el bancario Sergio Palazzo, y evalúan asistir al plenario con dos demandas puntuales: convocar a elecciones en la CGT y activar un plan de lucha en defensa de los intereses de los trabajadores.
El otro sector que talla en la interna desde fuera de la CGT es el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), cuyo líder es el taxista Omar Viviani. «Decidimos no participar del plenario porque bregamos por la unidad de todos los gremios y esto se transformó en una guerra de halcones y palomas. Quienes integran la CGT no lograron el consenso necesario para lograr esa unidad», expresó el MASA en un comunicado. Viviani también promueve un recambio de autoridades de la central obrera antes de avanzar en un reclamo conjunto con el triunvirato.
El viernes 10 de agosto, la cúpula de la CGT selló una suerte de tregua en Olivos con el jefe de Gabinete, Marcos Peña ; su número dos Mario Quintana ; el secretario de la Presidencia, Fernando de Andreis , y el ministro de Trabajo, Jorge Triaca . Los gremialistas interpretaron que el Presidente rodeó a Triaca de otros funcionarios porque perdió influencia. Desde aquella cumbre hasta hoy, la postura de algunos sindicalistas cambió por el rechazo oficial a convalidar un pacto antidespidos en los sectores públicos y privados; por la escalada del conflicto salarial con los docentes universitarios, y por la falta de un acuerdo para equiparar el salario mínimo con el costo de la canasta básica de alimentos. En la metamorfosis también influyó el encuentro que los gremialistas tuvieron el martes pasado con el jefe de la misión argentina del Fondo Monetario Internacional (FMI) , Roberto Cardarelli. Los sindicalistas son escépticos sobre el resultado que pueda tener la aventura del organismo de crédito.
En el Gobierno, interpretan que la decisión de la CGT de avanzar en un posible paro, que sería el cuarto contra la gestión de Mauricio Macri, responde a una interna que no se resolvió. En el Ministerio de Trabajo no dudan de calificarlo como un posicionamiento electoral de cara a 2019 y distinguen la mano del kirchnerismo urdiendo una protesta que aún está en ciernes.
fuente LA NACION