La soja tocó ayer el nivel más bajo en diez años y encendió todas las alarmas. No solo las del campo, que está avanzando con la cosecha, sino del gobierno y los analistas económicos. Es que se trata por lejos del principal producto exportable de la Argentina, con embarques que han superado los 20.000 millones de dólares en los años recientes.
En un mes, la cotización de la soja en Chicago perdió más de un 15%, rompiendo el mítico piso de los 300 dólares la tonelada el viernes pasado. La caída se trasladó linealmente al mercado local, donde ya está arrimándose a los 200 dólares. La diferencia con Chicago se origina en que aquí rigen derechos de exportación del 28%, más la diferencia de flete a los principales destinos que atiende la Argentina.
La recaudación seguiría el mismo camino. Se esperaban unos 5.700 millones de dólares. Ahora serían 900 millones menos. Desde las entidades del campo ya se reclamaba la necesidad de reducir las retenciones, por la falta de rentabilidad con las condiciones anteriores. Ahora sólo estarán por encima de la línea de flotación las explotaciones que obtengan o hayan obtenido rendimientos bien por encima de la media.
Al principio, se creía que China iba a recurrir a la importación de soja sudamericana, y en parte lo hizo. Pero sucedió lo inesperado: unaepidemia de “peste porcina africana” diezmó sus planteles de cerdos. La demanda de soja, que había rozado las 100 millones de toneladas, bajó a 85. Se configuró así la tormenta perfecta. La caída de los precios sacudió también a los farmers del Medio Oeste de los Estados Unidos, quienes pusieron el grito en el cielo. Ayer Trump trató de conformarlos, prometiendo una ayuda económica 13 mil millones de dólares para compensar la caída de los precios, mientras redoblaba su apuesta proteccionista.
La caída de la soja se arrastra a sus dos grandes derivados industriales: la harina de alto contenido de proteína, y el aceite. Conviene recordar que la Argentina exporta fundamentalmente estos productos de valor agregado. En los últimos treinta años se edificó una poderosa industria de “crushing”, con una capacidad instalada para moler más de 60 millones de toneladas. Ostenta el primer lugar en el mundo como exportador de ambos productos.
Las tribulaciones del sector no terminan aquí. La capacidad instalada en los puertos del Paraná, al norte y al sur de Rosario, permitía a la industria local procesar soja de los países vecinos, que ingresaba por admisión temporaria. Hay más de 4 millones de toneladas programadas para este año. La aplicación, desde la semana pasada, de una tasa de estadística de 2,5% (la anterior era de 0,5% pero no se aplicaba a los productos del Mercosur) complica extremadamente esta operatoria.