Aseguran que esta semana vivieron “una película de terror”. Y agradecen el vallado que luego tiraron los manifestantes
«Esta semana fue una película de terror y no puedo vivir de esta manera. Tuve que ir a la casa de una amiga para poder trabajar porque lo hago de forma remota». Este es el relato de Claudia, una vecina de Recoleta, que vio afectada su rutina debido a la gran cantidad de militantes que se acercaron en estos días al domicilio de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
El caos surgió luego de que los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola dieron a conocer este lunes el pedido de 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos para la ex presidenta por liderar una asociación ilícita. Según el Ministerio Público Fiscal, hubo irregularidades en la obra pública en la provincia de Santa Cruz entre 2003 y 2015 que beneficiaron a Lázaro Báez.
La decisión judicial tuvo un impacto directo en las personas que defienden a la vicepresidenta, que decidieron darle apoyo en la puerta de su casa ubicada en Recoleta. Este sábado, los manifestantes tiraron las vallas que horas antes había colocado el Gobierno de la Ciudad y la Policía los dispersó con camiones hidrantes.
«Pago mis impuestos y jamás recibí un plan social del Estado. Vivo en un octavo piso, pero no se escuchan las llamadas telefónicas ni el televisor», dice Claudia a Clarín. Ella vive sola en Uruguay y Juncal, justo en la cuadra donde también vive la vicepresidenta.
Y agrega: «Recién hoy me siento cuidada y bajé a agradecer a los policías porque esta semana viví con mucho miedo. Da mucho miedo tener a toda esta gente en la puerta de tu casa. De hecho, estoy en mi casa con miedo por mí y los policías por el desastre que hacen en la calle».
También Valentina Rodríguez cuenta el calvario que está pasando. «Hace una semana que en la esquina de Uruguay y Juncal hay manifestaciones que tornan imposible la vida normal. Me tuve que ir a la casa de una amiga a estudiar, porque acá es imposible», sostiene.
Es de Concordia, Entre Ríos, hace tres años que vive en la Ciudad y hace unos meses se mudó a Libertad al 1300 (casi Juncal). La joven de 21 años vio afectada su rutina diaria, entre otras cosas para poder ir hasta la Universidad Torcuato Di Tella a estudiar Abogacía y para llegar hasta el gimnasio. «Tendría que cruzar por donde está la gente, pero prefiero desviarme y evitar la zona», dice.
A su vez, la joven cuenta que el ruido constante es desde la mañana hasta la noche: «Sumado al caos que implica este tipo de marchas en una zona tan concurrida, repleta de colegios y de personas de la tercera edad que residen, los manifestantes generan basura porque al estar tantas horas llevan comida y después tiran todo el desperdicio a las calles».
La lluvia de este viernes por la noche tampoco detuvo a los simpatizantes de Cristina Kirchner. «Volvía a mi casa de cenar con una amiga a las 23, y pese a la tormenta, seguían con bombos aunque era muy tarde y las personas necesitan descansar. Es un descontrol», cuenta.
En la misma línea, Martín Busch relata los días difíciles que transita por las manifestaciones. «Vivo en Juncal entre Talcahuano y Uruguay y también trabajo en el barrio. Nos sentimos rehenes de una disputa personal de la vicepresidente, la cual afecta el trabajo y la vida en familia», cuenta el hombre de 50 años.
Siente que los militantes tomaron el barrio y que no hacen una manifestación pacífica. «Los nenes tienen miedo de salir. Me siento ultrajado, porque no podes ir a la calle dado que te insultan», dice. Hace hincapié en que «el barrio no es una autopista o el Obelisco, están nuestros hogares y lugares de trabajo».
Martín confía en que «CFK y los funcionarios que están en la manifestación le pidan a sus dirigidos que vuelvan a sus casas y terminen con esta locura».
Pero no solo los residentes de Recoleta se ven afectados por las movilizaciones en el barrio porteño sino también lo padecen los comercios. «La gente entra al baño sin pedir permiso y lo están detonando. Mucha gente viene con niños y pide de forma agresiva agua para el mate», dice a Iván San Martín, dueño del restaurante Le Moulin de La Fleur, ubicado en Vicente López 1699.
El comerciante sostiene que «no debería estar pasando algo así» y pide al Gobierno «que haga lo que sea para evitar esta locura, y poder vivir tranquilos y sin miedo, estaría buenísimo».