El régimen (DÓLAR AGRO) debutó con dudas y bajo nivel operado. Productores consideran al precio demasiado bajo
EL MIEDO POR EL DÓLAR AGRO
El fantasma que sobrevuela los despachos de los funcionarios económicos es el del eventual fracaso del nuevo «dólar agro»: los primeros indicios tras el debut de este tercer esquema de incentivo exportador han sido preocupantes y dieron lugar a comentarios sobre un «efecto decreciente» de esta medida para conseguir el «push» de dólares en el corto plazo.
Y las mayores dudas no residen en las dificultades operativas de los primeros días ni en las dudas regulatorias sino en una cuestión mucho más de fondo: si a los productores les resultará actractivo el precio como para vender ahora o si, por el contrario, preferirán aferrarse a su cosecha escasa para esperar un momento más conveniente.
A primera vista puede resultar un poco confusa la situación: ¿cómo no va a ser atractivo para el campo tomar esta nueva posibilidad de un dólar a $300, que en definitiva supone estar disfrutando de una devaluación sectorial de más de 42% o, dicho en otros términos, disfrutar de una suspensión temporaria de las retenciones?
Y, sin embargo, cuando se pone la lupa sobre los números más finos, los expertos del sector advierten que la situación es más compleja. Tanto, que podría terminar de una forma diferente a la que diseñó Sergio Massa y su equipo.
El gran problema para el Gobierno, advierten los expertos, es el conflicto de incentivos contrapuestos que existe entre los productores sojeros y las grandes empresas industrializadoras y exportadoras. Los primeros siguen considerando que el precio es bajo y les deja muy poco margen, mientras que los segundos creen que el precio ya venía «inflado» en el mercado y que si acceden al reclamo de los productores no podrán recuperar el costo cuando salgan a vender en el mercado internacional.
ES MUY ¿BAJO EL DÓLAR AGRO?
Por cierto que no hay punto de comparación entre el primer «dólar soja» y esta tercera versión. En septiembre pasado, había ocurrido una fuerte retracción de las ventas, en medio de la crisis financiera y de los rumores de devaluación, y esto llevaba a que mientras los silobolsas tuvieran guardados más de 22 millones de toneladas, mientras a la industria le faltaba mercadería.
Por este motivo, no resultó sorpresivo que se produjera un volumen masivo de negocios, que terminó con un ingreso de unos u$s8.000 millones. Todos quedaron contentos en aquella ocasión: Massa pudo reforzar las arcas estatales y mostrar una acumulación de reservas, mientras los productores embolsaron dólares y la industria exportadora recompuso su negocio.
La pelea por el precio del dólar agro
¿Qué pasará ahora? El inicio titubeante en los primeros días del nuevo «dólar agro» deja en evidencia que hay una pulseada entre productores e industria exportadora. Ambos están desconformes con los precios y pugnan, respectivamente, por una suba y por una reducción.
En principio, hay factores que juegan en favor de los productores. Para empezar, la disminución de la oferta: a diferencia de lo ocurrido el año pasado, en el que los silobolsas estaban rebosantes tras una campaña récord que había dejado 43 millones de toneladas, ahora el campo se encuentra en una situación de crisis histórica, con una cosecha que no superará las 25 millones de toneladas -y algunos ya hablan de 22 millones-.
Ya esta disminución en las cantidades disponibles implica una fuerza al alza para los precios. Pero, además, está el factor político: el año pasado todavía existía la duda sobre si el «dólar soja» sería una medida de única vez o si, por el contrario, se transformaría en una herramienta casi rutinaria de política económica.
Es por eso que muchos productores, aun sin percibir el precio que los hubiera dejado satisfechos, igualmente vendieron para asegurarse las divisas con las cuales afrontar las obligaciones financieras de la nueva campaña. Ahora, en cambio, ya prácticamente existe la certeza de que en el segundo semestre del año habrá un «dólar soja 4», lo cual hace que, salvo para aquellos que tengan una necesidad imperiosa por calzar los ingresos con las compras de insumos o la cancelación de obligaciones, no existe una urgencia por vender a cualquier precio.
Mientras tanto, las distorsiones siguen
Mientras en el mercado se siguen preguntando por los resultados finales de este nuevo esquema de incentivo, lo que sí está funcionando ya a pleno son las distorsiones provocadas por los «efectos secundarios» del dólar soja.
Se trata de una larga lista de impactos sobre la economía, que incluye el encarcimiento de precios para el mercado doméstico -ya sea porque se trata de productos de consumo directo del público o porque son insumo de cadenas como la de la carne vacuna y el pollo.
No por casualidad, al mismo tiempo que se puso en marcha el «dólar agro» se dieron a conocer también las listas de condiciones para participar en el esquema, y se incluye el aporte al sistema de «Precios Justos» para atenuar el impacto sobre los precios.
En el campo, además, está el impacto sobre el alquiler de los terrenos, que por contrato se rige por quintales de soja. Jorge Vasconcelos, de la fundación Mediterránea, apunta que esto está provocando una distorsión en el mercado, dado que desde que empezaron a aplicarse los diversos «dólar soja», esa unidad de cuenta que rige los alquileres ha pasado a tener distintos valores según el momento del año que se considere.
Y, lo que todavía no se está notando pero todo el mercado ya prevé es el impacto monetario: comprar un dólar a $300 y luego venderlos a $210 implica una inyección de $90 por cada dólar que se consiga exportar en las próximas semanas. Para tener una referencia, en diciembre pasado el «dólar soja» implicó una expansión involuntaria de 10% de la base monetaria. Demasiado para una economía que, desde entonces hasta ahora, subió dos puntos su promedio inflacionario mensual.
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