Por los menos tres grandes grupos internacionales operan en Ecuador y cuentan con el respaldo de peligrosas bandas locales
Un baño de sangre en Ecuador
Ecuador vive una de las peores crisis de su historia. A la inestabilidad política -que derivó en las elecciones anticipadas ante el intento de juicio político contra Guillermo Lasso-, se le suma la dramática situación de la inseguridad. El asesinato a balazos del candidato presidencial Fernando Villavicencio estremeció a toda América Latina.
Las estadísticas en Ecuador hablan por sí solas. Según el último informe de la Policía nacional, entre enero y junio de este año se registraron 3513 asesinatos, lo que representa un aumento del 58% con respecto al mismo período de 2022. Es, ni más ni menos, que un baño de sangre.
Esta tendencia no hace más que crecer al ritmo de asaltos, robos, crímenes a sangre fría y violentos motines en las peligrosas cárceles de Ecuador que suelen dejar decenas de muertes. De no modificarse las proyecciones, el país se encamina a terminar el año con una tasa de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, convirtiéndose en el país más violento de la región.
Hay una abierta guerra narco entre distintos carteles que en los últimos años penetraron en lo más profundo del tejido político y económico de Ecuador para intentar quedarse con el negocio de la exportación de droga, que principalmente se envía a Estados Unidos, México, Europa y en parte a África.
Los grupos narco criminales que operan en Ecuador
Hace poco menos de un mes, la Unidad Antinarcóticos de la Policía nacional ecuatoriana presentó un estudio donde detalla la situación del narcotráfico en el país. En el informe se señala que en el país operan tres grandes grupos: los carteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación (JNG), y la mafia de los Balcanes, liderada principalmente por albaneses.
Según la investigación de las autoridades, junto a estos grandes carteles trabajan otros grupos más chicos pero muy peligrosos como Los Choneros, Tiguerones, Lobos, Lagartos, Águilas y Latin King, a los que se les suma otras células de grupos ecuatorianos más pequeños conocidos como R7, Los Chonekillers, Fatales y Gángster.
Estos últimos grupos son los que tienen el control mayoritario de las cárceles alrededor del país. “Hay un grave problema en las prisiones porque los cabecillas están junto a los activistas de las bandas y desde allí digitan los golpes comando, asesinatos y crímenes”, resume en diálogo con TN Gonzalo Ruiz Álvarez, director de Ecuadoradio y Radio Quito.
La falta de control policial o la connivencia de las autoridades no sólo permite que los capos narco manejen a las bandas desde adentro de las cárceles, sino que también se produzcan sangrientos motines. El último fue el 25 de julio en una cárcel de Guayaquil donde murieron 31 prisioneros. Pero es una situación que se repite desde 2020 y ya se cobró la vida de más de 450 reos.
La guerra por el control de la droga
Los grandes carteles trabajan en forma conjunta con las células locales para dinamizar el ingreso y posterior exportación de droga, principalmente de la cocaína. Por su ubicación geográfica, Ecuador recibe gran parte de la droga que se fabrica en el sur de Colombia, en las “cocinas” ubicadas en el fronterizo departamento colombiano de Nariño, explica Ruiz Álvarez.
Lo mismo sucede, aunque en menor medida, en los pasos fronterizos con el norte de Perú. Son fronteras poco vigiladas, con espesas selvas que dificultan el control de las autoridades y facilitan el paso ilegal de grandes mercancías de drogas.
Según una investigación publicada hace pocas semanas por el especialista en narcotráfico de FLACSO Fernando Carrión, cerca del 30% de la droga que ingresa desde Colombia es destinada al consumo interno, el resto se exporta a través de barcos, avionetas y hasta sumergibles que lo llevan desde los puertos a grandes embarcaciones.
En resumen, casi la totalidad de las ciudades costeras en Ecuador cuentan con la presencia, o inclusive el control, de alguno de estos grupos narco criminales. Desde allí salen los envíos de droga hacia Estados Unidos, México, Europa y África. Es un negocio de millones de dólares, por eso la guerra entre las bandas creció al ritmo que lo hizo el movimiento de droga.
Fernando Villavicencio, el periodista y candidato presidencial que fue asesinado el miércoles por la tarde de tres disparos en la cabeza cuando se retiraba de un mitin de campaña, había denunciado en múltiples oportunidades a estos criminales, como así también a la política por tener connivencia con ellos. Recibió distintas amenazas de muerte y por eso tenía custodia. Una custodia que no fue suficiente para evitar una muerte que conmueve a toda una región.
TN