El tan anunciado proyecto de presupuesto de Javier Milei, que prometía ser revolucionario, parece tener más en común con los viejos presupuestos peronistas de lo que sus seguidores quisieran admitir.
Si bien la meta de déficit cero fue bien recibida por los mercados, hay un detalle que levanta sospechas: la inflación proyectada.
El gobierno estima una inflación del 18,3% para 2025, una cifra que muchos consideran demasiado optimista. Esta proyección implicaría una inflación mensual por debajo del 1,5%, algo difícil de creer cuando actualmente se lucha por romper el piso del 4% mensual.
Lo más preocupante es que esta subestimación de la inflación es una táctica que hemos visto antes. Los gobiernos peronistas solían hacer lo mismo, con la idea de influir en las expectativas del mercado y frenar la indexación de precios y salarios.
El ministro Caputo ya ha mostrado su disposición a intervenir en las negociaciones salariales, vetando acuerdos que considera excesivos. Esta actitud recuerda mucho a la de sus predecesores, que usaban proyecciones bajas de inflación para contener las demandas salariales.
La gran pregunta es: ¿por qué un gobierno que busca generar confianza arriesgaría su credibilidad con proyecciones poco realistas? La respuesta parece ser la misma que en gobiernos anteriores: intentar influir en las expectativas y frenar la espiral inflacionaria.
Sin embargo, esta estrategia tiene sus riesgos. Si la inflación real supera ampliamente las proyecciones, como ha ocurrido en el pasado, todo el presupuesto podría perder credibilidad rápidamente.
Y para terminar, aunque Milei prometió un cambio liberal, su enfoque en el manejo de las expectativas inflacionarias parece seguir el mismo guion de gobiernos anteriores.