Apenas a un año de haber asumido la presidencia, Yoon Suk Yeol, el mandatario de Corea del Sur, protagonizó una de las jugadas políticas más temerarias y riesgosas de los últimos tiempos. En un movimiento que conmocionó a la nación, Yoon declaró repentinamente la imposición de la ley marcial, alegando la necesidad de salvar al país de «fuerzas oscuras».
Esta decisión, que evocó los oscuros días de décadas pasadas cuando el régimen militar imperaba en Corea del Sur, generó una fuerte reacción de desconcierto y rechazo. Tanto los ciudadanos como los legisladores se movilizaron rápidamente para bloquear este intento del presidente de socavar las instituciones democráticas.
Analistas señalan que el movimiento desesperado de Yoon estuvo motivado por su debilitada posición política. Con niveles de aprobación por debajo del 20% y enfrentando una oposición mayoritaria en el Parlamento, el mandatario parece haber creído que la imposición de la ley marcial le otorgaría el poder y control que se le ha escapado desde su estrecho triunfo electoral.
Sin embargo, el pueblo surcoreano, que ha luchado duramente por consolidar su democracia, no estaba dispuesto a retroceder a los tiempos de la represión. Las masivas protestas y la firme reacción del Legislativo obligaron a Yoon a dar marcha atrás, dejando su carrera política severamente dañada y abriendo un proceso de juicio político en su contra.
Este episodio demuestra que, aun en democracias aparentemente estables, los líderes populistas y con sed de poder pueden intentar peligrosas jugadas para mantenerse en el control. Sin embargo, la sociedad civil y las instituciones democráticas siguen siendo el mejor antídoto contra estos experimentos autoritarios. La lección para Yoon y otros que pretendan emularlo es clara: la democracia no se negocia.