En la reciente Cumbre del Mercosur celebrada en Buenos Aires, el presidente Javier Milei no solo inauguró el encuentro regional: trazó una línea divisoria en la historia del bloque. Su llamado a “acelerar la apertura comercial” fue más que una consigna: fue una declaración de principios. Argentina, dijo, avanzará “acompañada o sola”. Y esa frase, tan breve como contundente, resume el nuevo posicionamiento del país en el escenario regional.
Milei no disimuló su incomodidad con el Mercosur tal como está. Lo calificó de “burocrático” y “obsoleto”, y lo acusó de haber frenado durante años el potencial exportador argentino. En su visión, el bloque dejó de ser una herramienta de integración para convertirse en un corsé que impide competir en igualdad de condiciones con el mundo. Su discurso, cargado de referencias a la libertad económica, fue también una crítica velada a Brasil, principal socio del bloque y defensor de una integración más gradual.
En ese contexto, el anuncio del Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) —integrada por Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein— funcionó como un contrapeso pragmático a la retórica rupturista. El acuerdo, que abarca un mercado de casi 300 millones de personas y un PBI combinado de más de 4,3 billones de dólares, permitirá el acceso preferencial para el 97% de las exportaciones bilaterales. Incluye capítulos sobre bienes, servicios, inversiones, propiedad intelectual, compras públicas, sostenibilidad y solución de controversias, entre otros.
Este tratado, negociado durante más de una década y cerrado en esta cumbre, es una muestra de que la apertura que propone Milei no es solo discursiva. Es también institucional, técnica y estratégica. Y aunque el presidente dejó claro que no esperará a los socios del Mercosur para avanzar, el acuerdo con EFTA demuestra que aun dentro del bloque es posible construir consensos si hay voluntad política.
La presidencia pro tempore del Mercosur pasó ahora a manos de Brasil. Pero el clima que deja esta cumbre no es de continuidad, sino de tensión. Milei ha dejado en claro que su gobierno no está dispuesto a sacrificar su agenda de reformas en nombre de una integración regional que considera estancada. Y en ese gesto, tan provocador como coherente con su ideología, redefine el rol de Argentina en América del Sur.
La pregunta que queda flotando es si el Mercosur podrá adaptarse a esta nueva lógica o si, como advirtió Milei, Argentina terminará recorriendo sola el camino de la apertura. Por ahora, el tratado con EFTA es la primera señal concreta de que ese camino ya comenzó.