En Mendoza, donde el eco de los recuerdos se entrelaza con las sombras del presente, la indignación de Graciela Linares, madre del joven rugbier Genaro Fortunato, resuena con fuerza. Ocho años transcurrieron desde aquella fatídica noche del 9 de septiembre de 2017, cuando su hijo perdió la vida bajo las ruedas del automóvil de Julieta Silva, una mujer cuya condena no parece haberle enseñado el valor de la vida humana.
La reciente detención de Silva, acusada de agredir a su actual esposo, ha reavivado el dolor y la rabia en la familia Fortunato. “No me sorprende para nada, era cuestión de tiempo”, expresó Graciela, con una voz que mezcla la tristeza y la frustración. Su indignación no solo se centra en el accionar de Silva, sino también en la aparente complacencia de la Justicia. “Están esperando que mate a otra persona para hacer lo que deben hacer”, subrayó, reflejando el desasosiego de una madre que aún clama por justicia.
El caso de Genaro, quien tenía apenas 25 años y esperaba una hija con su exnovia, le dejó cicatrices profundas. Miguel Fortunato, su padre, también comparte la angustia de ver cómo se repite la historia. “Pensé que esto iba a volver a pasar”, confesó, dejando entrever el temor que lo acompaña desde aquella tragedia. La familia nunca recibió una disculpa de Silva, quien, según ellos, ha tenido múltiples oportunidades para mostrar arrepentimiento.
La boda de Silva con Lucas Giménez, celebrada en diciembre de 2022, fue un evento marcado por el pasado. A pesar de la alegría que debería caracterizar a un casamiento, la sombra de la muerte de Genaro pesó sobre la celebración. La mención de su historia trajo consigo un ambiente tenso, donde incluso se hicieron comentarios desafortunados que recordaron a todos el oscuro antecedente de la novia.
El asesinato de Genaro Fortunato fue un suceso que sacudió a San Rafael. En una noche de desavenencias y emociones desbordadas, Silva, tras un altercado, decidió acelerar su vehículo, llevándose por delante la vida de un joven lleno de sueños. Su declaración en el juicio, donde intentó justificar su accionar al alegar que no veía bien, se ha convertido en un símbolo del dolor y la incredulidad que acompaña a la familia Fortunato.
Hoy, mientras la madre de Genaro clama por justicia, el ciclo de violencia parece no tener fin. La historia de Julieta Silva es, sin duda, un recordatorio de que las heridas del pasado a menudo se abren nuevamente, y que la lucha por la verdad y la justicia continúa, en un tiempo donde la memoria y el dolor se entrelazan, siempre presentes en el corazón de quienes han sufrido.