En la mañana del 30 de julio de 2025, la calma habitual de las costas del Pacífico se vio abruptamente interrumpida por un poderoso seísmo que, en su furia telúrica, provocó la emisión de alertas de tsunami que resonaron en los oídos de los habitantes de Hawaii y la costa oeste de América del Norte.
Un sismo de magnitud extraordinaria, originado a miles de millas de distancia, cerca de Rusia, desató una serie de eventos que llevaron a muchos a buscar refugio en tierras más altas.
Los ecos de las sirenas de evacuación retumbaron en las comunidades costeras, llevando consigo una sensación de urgencia. El gobernador de Hawaii, Josh Green, manifestó que, a pesar de la alarma, no se habían observado olas de gran magnitud que amenazaran la integridad de la isla; sin embargo, se registraron crestas de casi seis pies de altura, lo que llevó a las autoridades a mantener la precaución.
Las advertencias de tsunami, inicialmente severas, comenzaron a ser atenuadas a medida que las horas avanzaban. Las zonas costeras de Hawaii, Alaska, California, Oregon y Washington estaban bajo un aviso de tsunami, aunque las advertencias se cancelaron en partes de California y la provincia canadiense de Columbia Británica. Un aviso, a diferencia de una advertencia, implica que existe el potencial para corrientes peligrosas y olas amenazantes, instando a la población a mantenerse alejada del agua.
Los residentes de Maui, marcada por un devastador incendio hace dos años, se apresuraron a buscar refugio en tierras más altas. La experiencia previa pesaba en la mente de muchos, como David Dorn, quien, tras tres décadas viviendo a un paso de la costa, decidió tomarse la advertencia con toda la seriedad que merecía. «Trato de tomar todas las advertencias en serio», comentó, mientras se preparaba para pasar la noche en su vehículo, en un centro comercial alejado de la orilla.
La naturaleza misma parecía advertir de la inminente llegada de las olas; Felicia Johnson, una residente de toda la vida de Maui, observó con inquietud el comportamiento del agua, que se retiraba y luego volvía a ascender, un patrón clásico de los tsunamis. «Es inquietante», confesó, mientras empacaba su camioneta para buscar refugio en las montañas. Su mente viajaba entre la memoria de incendios devastadores y la ansiedad por lo que podría venir.
Las olas, aunque no catastróficas, cumplieron con su propósito de alarmar. En Hawaii, se registraron olas de hasta 5.7 pies en Kahului, mientras que en California, las crestas fueron mucho más modestas, con un máximo de 3.6 pies en Crescent City. Sin embargo, la advertencia persistía: los peligros de corrientes fuertes podían perdurar durante varias horas o incluso días tras la llegada de las primeras olas.
Mientras algunos residentes tomaban precauciones, otros mostraban una despreocupación sorprendente. En Manhattan Beach, por ejemplo, un grupo de jóvenes se entretuvo en la playa, ignorando las advertencias que su madre les había transmitido. «Estaba en el agua», comentó uno de ellos, reflejando una falta de percepción frente a un peligro inminente.
Finalmente, la advertencia de tsunami se levantó en Guam, una isla estadounidense al sur de Tokio, aunque las autoridades continuaron advirtiendo sobre corrientes más fuertes en los días siguientes. Este evento, uno de los más poderosos en registros modernos, recordó a todos la fragilidad de la vida frente a la indomable fuerza de la naturaleza.