En un acto de fervor patriótico y resistencia, manifestantes brasileños han salido a las calles en al menos doce ciudades y nueve capitales del país, levantando sus voces en defensa de la soberanía nacional.
Con la quema de muñecos del expresidente estadounidense Donald Trump y banderas de Estados Unidos, los manifestantes han expresado su rechazo contundente a la reciente imposición de aranceles del 50% a las exportaciones brasileñas, decisión que muchos consideran un ataque directo a la independencia económica del país.
Las manifestaciones, organizadas por el Movimiento Revolucionario de Trabajadores de Brasil y la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), se desarrollaron en lugares estratégicos, incluso frente a embajadas y consulados estadounidenses, donde los manifestantes no escatimaron en simbolismos.
Con gritos de «Brasil es de los brasileños» y «Atrás, fascista», dejaron en claro su descontento no solo hacia Trump, sino también hacia su aliado, el exmandatario Jair Bolsonaro, a quien también le hicieron arder una efigie.
Este descontento no se limita a la imposición de aranceles; algunos sectores de la población aprovecharon la ocasión para denunciar lo que consideran un «genocidio» en la Franja de Gaza, extendiendo su crítica hacia el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y mostrando solidaridad con el pueblo palestino.
La respuesta del gobierno brasileño ha sido firme. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha enfatizado la importancia de la soberanía nacional, advirtiendo que Brasil no dudará en imponer aranceles recíprocos si Trump continúa con su política proteccionista. «Sin soberanía, Brasil no existiría», declaró, subrayando el compromiso del país de luchar contra lo que consideran una injusticia económica.
El clima de tensión y resistencia que envuelve estas manifestaciones refleja un profundo sentimiento de nacionalismo y la determinación de los brasileños de defender su autonomía frente a las injerencias externas. Mientras el país navega por estas aguas turbulentas, la llama de la protesta sigue encendida, simbolizando la lucha por la dignidad y la justicia en un mundo cada vez más globalizado.