Un optimista del pesimismo. Así podría definirse a Peter Munk, el mandamás de Barrick Gold, la compañía minera más grande del mundo que llegó para quedarse y disparar la polémica en la Argentina. Un empresario que logró extraer agua -además de gas, petróleo, oro y montañas de dólares- de las piedras, y que ahora embolsa aún más pilas de dinero gracias a la crisis económica y financiera internacional.
Interlocutor asiduo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y otros muchos jefes de Estado, Munk se mueve como anfitrión de las cúspides del poder mundial desde hace décadas. Con ellos dialoga y cierra negocios millonarios, como los de Veladero y Pascua Lama entre la Argentina y Chile, los que más de una vez levantaron polvareda y denuncias.
Munk prefiere, sin embargo, seguir su camino, que ahora incluye la filantropía millonaria (con previa deducción de impuestos). Nada parece afectarlo -ni moderar su lengua desatada y a menudo políticamente incorrecta-, aunque eso podría deberse a la vara con la que mide las dificultades. La vara de los campos de exterminio nazis.
Fuga del infierno
Nacido en Budapest, en 1927, hijo y nieto de millonarios húngaros, la fortuna familiar se destinó a salvar sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en 1944 cuando su familia y más de 1600 judíos más escaparon a Suiza en un tren comprado a un nazi que se escondería durante la posguerra en la Argentina: Adolf Eichmann.
El escape resultó agridulce hasta lo atroz. Primero, porque su madre, ya divorciada de su padre, no fue parte del grupo que se salvó. La enviaron a Auschwitz, de donde finalmente también logró salir con vida. Y segundo, porque el intermediario con Eichman fue Rudolph Kasztner, un abogado acusado luego por Israel de colaboracionista, y asesinado en 1957. «El me salvó a mí, a mi familia y a otros 1628», lo defendió Munk en una entrevista con la cadena CBC. «Y además de eso, hay evidencia de que salvó a otras 20.000 o 30.000 personas», afirmó.
Tras la guerra, Munk viajó a Canadá. Se recibió de ingeniero en la Universidad de Toronto -a la que décadas después donó 35 millones de dólares- y creó Clairtone, una fábrica de televisores y equipos de música que promocionó Frank Sinatra.
Con «la Voz» de su lado y todo, Clairtone terminó mal. Y con la quiebra llegaron los primeros cuestionamientos contra Munk. Otro accionista lo acusó de vender su parte antes del colapso beneficiado por información privilegiada. El pleito concluyó con un arreglo extrajudicial. Munk desembolsó 21.000 dólares de la época, pero sin reconocer su culpa. Pagó, dijo, sólo porque podía complicarle su siguiente negocio.
Munk concluyó, además, que era mejor salir un tiempo de Canadá. Radicó en Inglaterra a su mujer de toda la vida, Melanie Jane Bosanquet, con la que tuvo 5 hijos. Dos de ellos son millonarios por méritos propios -«no les di ni para comprarse un auto», se ufanó Munk-, y otra es editora de la revista Vanity Fair . Y desde Londres apuntó tan lejos como Fiji. Desarrolló una cadena hotelera en el Pacífico Sur, que creció con el apoyo del saudita Adnan Khashoggi, el primero de una larga lista de personajes exóticos -por ser benévolos- que lo rodearían.
Traficante de armas y amante del lujo hasta la excentricidad -su yate favorito apareció en una película de James Bond-, Khashoggi merodeó todos los grandes escándalos de los años 70 y 80. Entre otros, el Irán-contras, el BCCI, el banco de Gaith Pharaon, del megalavado y hasta la desaparición del patrimonio (malhabido, claro) de los filipinos Ferdinand e Imelda Marcos, por cientos de millones de dólares.
La cadena hotelera de Munk prosperó. Y la vendió por 100 millones de dólares. Pero no tuvo la misma suerte con otro proyecto turístico con Khashoggi junto a las pirámides de Egipto. Aunque el escándalo Irán-contras le abrió a Munk las puertas a su destino dorado. ¿Por qué? Porque su socio saudita le vendió en 1987 su parte en Horsham Securities, que a su vez tenía acciones en una empresa menor: Barrick.
Por entonces, la compañía se centraba en gas y petróleo. Sólo luego apuntó al oro al comprar por 62 millones de dólares una mina menospreciada en Nevada, Estados Unidos, que honró su nombre: Goldstrike. Así, Barrick pasó de valer 46 millones en 1983 a 6500 millones de dólares una década después.
De aquellos tiempos es su vínculo con el empresario argentino Santiago Soldati, quien afirma que se dicen grandes mentiras sobre su amigo, al que define ante la consulta de La Nacion como «un admirable ejemplo de esfuerzo y perseverancia», y para el que, desde aquel momento, comenzó a preparar el eventual desembarco local de la minera.
En 1997, y muy lejos de los filones de Nevada, los presidentes Carlos Menem y Eduardo Frei sellaron un acuerdo que una década después calzaría perfecto para Barrick. Firmaron el Tratado de Integración y Complementación Minera para «facilitar las inversiones privadas en la frontera de ambos países». Una suerte de «zona franca minera» o, según el presidente de la Comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano, de Diputados, Miguel Bonasso, «un tercer país».
En simultáneo, Munk se desplegó por otros continentes y negocios. Entre ellos, el inmobiliario. En 1994 tomó el control del emporio Trizec -él puso la mitad de los 750 millones de dólares que tuvieron que poner los inversores- y lo vendió en 2006 por 5400 millones. Lo que se dice un verdadero rey Midas.
Pero junto con su desembarco en Africa y la Patagonia, vinieron las denuncias. Desde Tanzania, por la suerte de 50 mineros cuentapropistas que fueron enterrados vivos, en 1996, durante un desalojo realizado por las autoridades locales. Otros fueron ejecutados, según reportes de la agencia Bloomberg, que se basó en los relatos de 28 familiares de las víctimas, funcionarios y activistas de entidades locales de derechos humanos.
Munk no quiere saber nada con esas organizaciones, a las que definió como «canallas» durante una entrevista con el Financial Times, y las acusó de carecer «de responsabilidad o transparencia». «Cuando vamos a Tanzania o a la Argentina o a la punta de Paquistán, aplicamos los mismos estándares ambientales y antipolución que en la Columbia Británica», afirmó durante el Foro Económico Mundial de 2007.
Sin embargo, las dos ONG sobre derechos humanos más respetadas del mundo, Amnesty International y Human Rights Watch (HRW), también criticaron a la multinacional, que de todos modos sostiene que mantiene «relaciones muy constructivas» con ambas entidades, cuyos documentos sobre Tanzania y Barrick son levantados, por ejemplo, por la Agencia para Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur).
Aun así, la minera no cede un ápice. Ante los cuestionamientos en la Argentina, como los de Greenpeace por la destrucción de glaciares en sus minas de Veladero y Pascua Lama, el vocero jefe de Barrick, Andy Lloyd, ante la consulta de La Nacion, los califica más propios de «una novela de ciencia ficción que de la realidad».
El ida y vuelta va más allá. También el premio Nobel de la Paz Al Gore cuestiona a Barrick. Por eso, el ex vicepresidente de Estados Unidos exigió en 2007 que la minera sacara su auspicio de la conferencia que estaba por brindar en Chile. Si no, anticipó, la cancelaría. La minera retiró sus 50 dólares y los derivó a programas de desarrollo en el Valle del Huasco.
En enero de 2009, Noruega fue más allá. Retiró más de 200 millones de dólares de sus fondos de pensión en inversiones en Barrick por sus daños irreparables al medio ambiente en, por ejemplo, Indonesia y Papúa Nueva Guinea.
Pero Munk continuó su camino. Cosechó condecoraciones -incluida la de oficial de la Orden de Canadá, el más alto honor para un civil en ese país-, seis doctorados honoris causa y pasó a integrar el Companion of the Order, un consejo presidido por el titular de la Corte Suprema canadiense. Y en los negocios, unió fuerzas con Nathaniel Rothschild, el nuevo mascarón de proa de la legendaria familia para el siglo XXI. Formaron TriGranit, una desarrolladora de bienes raíces junto a dos jugadores pesados: Bernard Arnault -fundador del imperio Louis Vuitton- y Oleg Deripaska.
Juntos invirtieron, por ejemplo, más de 200 millones de euros en un puerto para yates de lujo en Montenegro. Y juntos participaron en una fiesta, en 2009, por el cumpleaños de otro potentado: Saif al-Islam Khadafy, el hijo llamado a heredar las riendas del por entonces todopoderoso dictador libio. Aunque, según replicó Lloyd, el vocero jefe desde Toronto, «Munk no tiene ninguna relación personal con miembro alguno de la familia Khadafy».
La tendencia de Munk para rodearse de socios o asesores opacos resulta llamativa. Desde Bush padre a José «Puchi» Rohm
La tendencia de Munk para rodearse de socios o asesores opacos resulta llamativa. Desde el ex presidente George Bush padre a José «Puchi» Rohm, aquel del Banco General de Negocios (BGN), acusado de lavador y prófugo de la Justicia. Y una tendencia similar mostró al conceder entrevistas y defender a la minera, por ejemplo, ante las acusaciones sobre crímenes varios en Papúa Nueva Guinea. Planteó que en ciertos países «la violación en banda es un hábito cultural». Lloyd dijo a La Nacion que aquella vez lo «sacaron de contexto» y que de inmediato Munk «envió una carta de disculpas», ya que «nunca fue su intención ofender o insultar a nadie».
Los reportes negativos también llovieron sobre Deripaska, su socio en TriGranit, al que Munk definió como el «hacedor de un imperio». El Wall Street Journal reveló que Estados Unidos le canceló su visa por vínculos con el crimen organizado ruso; en España lo acusaron de lavar 4 millones de euros de la mafia, y el Financial Timesdetalló sus vínculos con Sergei Popov y Anton Malevsky, dos presuntos capos del hampa. Tras ese escándalo, Barrick optó por callar.
Tanto él como su empresa también evitaron todo comentario sobre lo que la oposición en la Argentina define con sorna como «el veto Barrick». Es decir, el primer veto a una ley de Cristina Fernández de Kirchner durante su presidencia. Fue en noviembre de 2008 y por la ley de glaciares, que de entrar en vigencia hubiera afectado los planes y las ganancias de la minera, remarcó Bonasso a La Nacion.
Pero Barrick se defiende ante las acusaciones de Bonasso y las diputadas Elisa Carrió y María Fernanda Reyes sobre un acuerdo tributario secreto entre la Argentina y Chile, con generosos beneficios para la minera y con delitos mediante de los funcionarios involucrados, según los legisladores. Se firmó a fines de abril de 2009, dos semanas después de un nuevo encuentro entre la Presidenta, Munk y el gobernador de San Juan, José Luis Gioja, en la Casa Rosada.
Para Barrick, el acuerdo no tiene nada de cuestionable. Sólo sería la respuesta correcta ante lo que define como la primera mina binacional del mundo. «Fue muy importante que las autoridades chilenas y argentinas hayan alcanzado un acuerdo en el tema tributario», replicó entonces su referente regional de Asuntos Corporativos, Rodrigo Jiménez Castellanos.
Con su lengua filosa, Munk aludió a la Argentina y Chile de manera más irónica. Afirmó que las presidentas Fernández de Kirchner y Michelle Bachelet le rogaron para que invirtiera: «Por favor, por favor, por favor, Barrick, por favor, ponga su dinero en nuestro país», parafraseó durante la reunión anual de accionistas de 2008, según reportó el diario The Toronto Star. Para Lloyd, «Munk es bien conocido por sus discursos apasionados», pero ese comentario «no tenía un sentido literal».
Otros no piensan tan bien del acuerdo secreto. Además de Bonasso, Carrió y Reyes, dos subsecretarios de Estado renunciaron para no firmarlo; la línea técnica del Ministerio de Economía también lo rechazó, al igual que varios tributaristas. Hoy, una causa penal sigue abierta en los tribunales federales de Comodoro Py.
Pero, optimista, y a punto de cumplir 84 años (este martes) Munk ve un futuro promisorio para su minera. Porque si los problemas globales son de largo plazo, si hay crisis y hay guerras, repite, «entonces la actitud ante el oro es más positiva». Tal cual: hoy Barrick gana 10 millones de dólares por día. Aunque él aclara que el dinero figura último en su escala de motivaciones. «Para mí, el dinero no es nada más que una medida del éxito.»
QUIéN ES
- Nombre y apellido: Peter Munk
- Edad: 83
- Infancia difícil: Nació en Budapest, en una familia de millonarios húngaros. Junto con 1600 judíos, escapó a Suiza en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde llegó a Canadá, donde se recibió de Ingeniero y creó la primera empresa, que quebró.
- Vínculos poderosos: Se mudó a Inglaterra, donde se casó con Melanie Jane Bosanquet y tuvo cinco hijos. Traficante de armas, excéntrico amante del lujo, rozó grandes escándalos de las últimas décadas. De la mano de Barrick, influyó a mandatarios de todo el mundo.
FUENTE: LA NACIÓN