MARC MARGINEDAS / Sarmín (enviado especial) 16/02/2012
La noticia fue anunciada alrededor de las nueve de la noche del miércoles desde los mismos minaretes de Sarmín, ciudad dormitorio de la periferia de Idleb intensamente bombardeada en las horas centrales del día: Ahmed Qadahnun, de 40 años, acababa de morir desangrado en el dispensario local, después de que la esquirla de un proyectil de artillería le desgarrara el hombro derecho durante el ataque matinal y sin que las transfusiones de sangre recibidas con posterioridad lograran evitar el fatal desenlace.
Transcurrida una hora escasa del fallecimiento, los hijos del difunto, todos ellos de corta edad, congregados en torno al cadáver en la sala de estar familiar, lloraban, gritaban y berreaban, afanándose en cubrir de besos el pálido rostro de su progenitor, mientras los escasos varones no combatientes que habían optado por no huir de Sarmín en las horas previas, desfilaban por la mansión para dar el pésame a Amr Qadahnun, hermano del difunto, con un aparatoso vendaje cubriéndole la cabeza y testigo de excepción de lo sucedido, al encontrarse con él en el momento de ser herido de muerte.
Tres personas –dos civiles, entre ellas un niño de corta edad, y un combatiente leal a la revolución– dejaron la vida este miércoles en Sarmín en el transcurso del ataque de una decena de tanques, posicionados en los extremos este y oeste de la población. Si el día anterior, los blindados habían cercado Idleb, la capital regional, hostigándola y abriendo fuego contra el casco urbano, el miércoles comenzaron a hacer lo propio con las localidades de su periferia, todas ellas abrazadas a la causa insurgente.
Restos de la batalla Al caer la noche, una vez se retiraron los blindados, los restos de la batalla eran visibles por doquier: una casa familiar –a primera vista, un objetivo sin demasiado valor militar, a no ser que en el momento de ser tiroteada se hubieran atrincherado en su interior soldados del Ejército Sirio Libre– mostraba impúdicamente en su fachada principal y puerta de entrada una cuarentena de impactos de proyectiles; una camioneta pick up carbonizada yacía abandonada en una cuneta de la población; numerosos cráteres, convertidos ya en profundos charcos debido a la intermitente lluvia que cayó durante la jornada en la región, surgían por doquier en las calles semiasfaltadas de Sarmín.
Alí Diab, de 30 años, propietario de un taller de reparación de vehículos, que también resultó herido por metralla en la parte posterior del muslo izquierdo, no entiende el propósito del ataque blindado, máxime si se tiene en cuenta que los tanques disparaban de forma ‘aleatoria’, sin concentrarse en un objetivo en concreto. ‘No entiendo por qué lo hacían’, se lamentaba, postrado sobre un colchón.