A partir del siglo XX, nuestros bisabuelos empezaron a entusiasmarse con tener figuras más lánguidas. Las mujeres salían en grupo a dar caminatas de ejercicio, actividad que copiaron de las parisinas, donde se popularizó la frase: «Hacer footing».
En la primavera de 1906, dos señoritas de importantes familias porteñas habían salido a hacer footing, vestidas con el clásico blanco deportivo, más la sombrilla, los abanicos y los sombreros. Quemaban calorías por la calle Florida y en sus caras se percibía el esfuerzo, ya que sus cachetes se pusieron bastante colorados. En sentido contrario venía un grupo de señoritos de buena posición. En cuanto las tuvieron en las narices, les dijeron de todo. Incluso, algunas barbaridades ofensivas. Una de las chicas se lanzó furiosa contra el más maleducado y le dio una paliza con el abanico. El escándalo fue conocido por todos al día siguiente y algunos influyentes -algunos influyentes padres de señoritas en edad de recibir cumplidos- elevaron sus quejas a las autoridades.
Por instrucción del ministro del Interior Joaquín V. González, el 28 de diciembre de 1906, el jefe de la Policía Ramón Lorenzo Falcón difundió un comunicado interno en el cual solicitaba de sus subordinados extrema atención para detectar atentados contra la moral. No sólo buscaba combatir la pornografía, sino también proteger a las señoras y señoritas de los comentarios callejeros.
A partir del comunicado, quien fuera atrapado in fraganti diciendo un piropo -cuyo nivel de ofensa lo mediría la piropeada o el agente policial-, debería pagar una multa de cincuenta pesos o pasar una noche detenido. Falcón, según explicaba una nota periodística, dio «severas instrucciones a los agentes policiales en general y particular». Y aclaraba que los policías «deben reprimir los excesos del lenguaje en la vía pública, los insultos, las palabrotas tan comunes en discusiones e incidentes callejeros, como también impedir la exhibición en vidrieras, o la venta en público, de estampas o tarjetas pornográficas, libros o revistas con cubiertas obscenas».
El primer día de la prohibición, cuatro caballeros debieron pagar la multa: Miguel Maccio, Aniceto H. Ojeda, Antonio Periello y Manuel Suárez, mencionados en estricto orden de sanción.
La censura al piropo callejero inspiró el tango «¡Cuidao con los cincuenta!», cuyo ocurrente creador fue Ángel Villoldo. Comenzaba diciendo:
Una ordenanza sobre la Moral
decreto la dirección policial
y por la que el hombre se debe abstener
decir palabras dulces a una mujer.
Cuando una hermosa veamos venir
ni un piropo le podemos decir
y no habrá más que mirarla y callar
si apreciamos la libertad.
¡Caray! ¡No sé
por qué prohibir al hombre
que le diga un piropo a una mujer!
¡Chiton! No hablar,
porque al que se propase,
¡cincuenta le harán pagar!
Al guapo, por supuesto, estas disposiciones no lo amilanaban: para ellos, un piropo merecido bien valía cualquier multa.
fuente LA NACION