Hace rato, los jefes sindicales perdieron la esperanza en un PJ unificado que ordenara, como reflejo casi mecánico, su propia e interminable interna. La CGT mantiene el triunvirato de conducción, pero con enorme fragmentación a la vista. Y los movimientos de esta semana, con el pretexto de plantarse frente a la negociación del Presupuesto nacional, parecen consolidar la tendencia a la división. Eso, con un giro que se venía insinuando: cada fracción sindical eligió abiertamente uno de los polos que expone el peronismo.
Visto en clave electoral, y aún con la precariedad que supone un cálculo de esa naturaleza en medio de la crisis, el peronismo político no imagina que el sindicalismo tradicional pueda sumar atractivo para los votantes, del mismo modo ninguno menospreciaría sus estructuras de apoyo –en algunos casos, nacional-, además de los aportes económicos. Los jefes sindicales bajaron enormemente sus expectativas de ganar espacios en las listas y mantienen, en cambio, la idea de fortalecerse como actores políticos. El problema es que ahora el común denominador son las disputas domésticas, fuera del gobierno.
El modo de plantarse frente al Presupuesto adelantó esta semana un par de imágenes que podrían proyectarse a la competencia electoral. Los sectores que mantienen no sin sobresaltos la conducción cegetista visitaron a los gobernadores del PJ, en la antesala de la cita de los jefes provinciales con Mauricio Macri. El moyanismo y sus aliados, casi en simultáneo, se mostraron con el kirchnerismo en el Congreso. Ninguno de esos dos gestos fue fruto del momento. Tienen su historia.
Hugo Moyano decidió pararse fuera de la CGT, sin romper formalmente aunque a buena distancia y tratando de forzar la caída del triunvirato Daer-Schmid-Acuña. Esa batalla es parte de una disputa más amplia, instalada a partir de su intento de forzar una escalada de protestas para fortalecerse frente a un cuadro judicial amenazante que, sostiene en público y en la intimidad, considera obra de operaciones oficialistas.
Lo nuevo de su posición fue la decisión de revisar o anestesiar viejos enojos para armar el «blindaje» –según el término de algunos de sus críticos- que le niega una franja importante del sindicalismo tradicional. Los acuerdos de hecho con las dos CTA, a cargo de su hijo Pablo, son una parte necesaria pero tal vez provisoria del esquema político y sindical que pretende. Algo similar ocurre con los movimientos sociales.
El jefe de los camioneros tampoco encontró buena respuesta en el peronismo de los gobernadores. Cuando el triunvirato cegetista todavía incluía al moyanismo entre sus principales soportes, la relación con el espacio que se fue definiendo como PJ federal dio garantías de acuerdos puntuales al menos en el Congreso. Miguel Angel Pichetto fue el principal articulador de un entendimiento básico: ningún proyecto de ley laboral impulsada por el Gobierno tendría destino sin el visto bueno de la CGT.
Ese acuerdo mínimo trabó en la práctica el avance de la fragmentada reforma laboral, aunque no por el rechazo cegetista, sino por la propia debilidad que representó la agudización de la interna sindical. Nadie quedó en condiciones de jugarse a avalar proyecto alguno, y menos en medio de un año económico crítico. Existiría una especie de pacto implícito para dormir el tema.
Moyano armó y desarmó estrategias en velocidad durante los últimos meses. Finalmente, por ahora, decidió tratar de consolidar un Frente Sindical con sus aliados de los sectores duros de la CGT, empezando por la corriente que lideran los bancarios, y con las dos CTA. Al mismo tiempo, apostó a sumar acuerdos con sindicatos fuertes de la producción, ajenos por historia a los nuevos aliados del jefe camionero. Tuvo éxito al menos en esta etapa con los mecánicos y no le fue como esperaba con el conjunto de los metalúrgicos.
Los dirigentes del Smata, que encabeza Ricardo Pignanelli, y un viejo socio sindical, Omar Plaini (canillitas) tejieron la reconciliación táctica de Moyano con Cristina Fernández de Kirchner. Hubo conversaciones reservadas, cierto temple para compartir foto y olvidar o adormecer rencores, y sobre todo acuerdo para acompañarse en el terreno sindical y en el plano político en esta coyuntura. Ultima expresión de ese entendimiento fue la mesa compartida por Pablo Moyano y los diputados kirchneristas, el martes, para adelantar el rechazo cerrado al Presupuesto, que el lunes llegará a Diputados.
Precisamente, Macri y los gobernadores expresaron con su reunión del martes pasado un acuerdo político marco para tratar el proyecto. Ahora arranca una etapa de negociaciones específicas en el Congreso. Por supuesto, existen matices y en algunos casos posiciones diferenciadas entre las provincias, pero un dato saliente lo constituyen los gobernadores peronistas como polo de poder que busca consolidarse frente al kirchnrismo. Habrá que ver cómo se expresa eso en el recinto cuando llegue la hora de votar.
Pero en el plano interno, las conversaciones que vienen sosteniendo referentes sindicales y operadores de los jefes provinciales abrieron el camino a una expresión más pública de alianza doméstica. A pesar de que lo se decía en la previa -se suponía que para que la imagen institucional no fuera opacada por la cuestión partidaria-, una delegación gremial se mostró con los gobernadores peronistas apenas un rato antes de la foto con Macri y cuando aún no habían sido agotadas las conversaciones con Rogelio Frigerio para garantizar la cita en la Casa Rosada.
La imagen para consumo interno tuvo como protagonistas a Juan Carlos Schmid y Héctor Daer, integrantes del triunvirato cegetista, junto a sus principales soportes: gordos, independientes y autónomos, entre ellos Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez, Omar Maturano y Antonio Caló. La presencia del metalúrgico fue un dato en sí mismo.
Fuera del visible alineamiento en la disputa más amplia del peronismo, los representates de la CGT ratificaron la fecha, duración y características del paro que se viene: el martes 25 de este mes, por 24 horas y sin movilización. En cambio, el moyanismo habla de medidas de fuerza por anticipado y junto a sus aliados, insiste con realizar una manifestación callejera y sumar medio día de paro el lunes previo.
En este terreno, la tensión de la interna sindical supera los límites del armado peronista y resulta un dato relevante para el Gobierno. En el oficialismo, nadie sueña con frenar el paro pero sí con recrear cierto clima de diálogo, a cargo de Jorge Triaca ya como secretario y con el debut de Dante Sica como ministro. El mismo sentido tendría el reconocimiento de paritarias en continuado. Lo impone la realidad, más allá del juego hacia el interior del sindicalismo.
fuente INFOBAE