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Concordia: el basural donde la gente busca comida entre los residuos

Uno de los chicos que estuvo buscando todo el día entre las bolsas de basuraencuentra un pescado. Evidentemente alguien lo tiró porque el día anterior se cortó la luz en un sector de la ciudad de Concordia y estaba dando mal olor adentro de la heladera sin frío.

El nene que encontró el pez le avisa a sus dos amigos, de su misma edad, y a un adulto del grupo. Se hace de noche y el grupo busca una lata vacía entre la basura y con un poco de agua y sal cocinan su hallazgo. El fuego lo encienden con bolsas de nylon y algunas maderas.

Así se vive en el gran basural Campo del Abasto, en el barrio El Silencio, en las afueras de Concordia, Entre Ríos. Si alguien quisiera conocer cómo es el infierno, ese lugar debe ser algo muy parecido.

A ese basural llegan familias enteras desde las seis de la mañana y se quedan hasta que oscurece. En algunos casos se quedan a dormir ahí, entre la basura.

A los camiones de recolección de residuos urbanos los llaman “las cucas” o directamente “las cucarachas”. Esas cucarachas llegan llenas de bolsas de basura de todo tipo, domiciliaria, hospitalaria, industrial.

“Siempre vengo a buscar cosas y comida acá. Ayer saqué una linterna y una mochila que me viene bien para el cole, además encontré fruta y algo de carne”, dice uno de los chicos.

Mientras tanto Dalma, una nena de 11 años muestra una herida en la mano sucia. Se acaba de cortar con un vidrio mientras abría una bolsa de basura. Nadie la ayuda y sigue buscando como si no pasara nada.

Los choferes no bajan, pero uno ve trabajar al equipo de Telenoche y baja para hablar casi al borde de las lágrimas. “¿Dónde están los derechos del niño?”, se pregunta mientras señala a los chicos que revuelven la basura que su camión les tiró sobre sus cabezas.“Soy empleado municipal y todos los días denuncio lo que vivo acá, pido ayuda pero nadie me escucha. Esto es el abandono total del Estado en todas sus formas posibles”, dice indignado.

Este chofer no tiene miedo a las posibles sanciones que pueda llegar a recibir por denunciar ante la prensa lo que vive diariamente. “Te juro que llego a mi casa todas las noches destruido. Siento que no tengo perdón de Dios por tirarles la basura así sobre sus cuerpos, pero no puedo hacer otra cosa. Acá tendría que haber presencia de gente de Salud, de policía, municipal. Pero no hay nadie. Esta gente está sola, siempre”, cuenta mientras vuelve a su camión para salir de ese infierno lo antes posible.

Claudia trabajaba en una casa de familia haciendo tareas de limpieza. Hace dos meses la echaron y hace unos días que empezó a ir al basural. “Si no vengo acá no tengo para alimentar a mis hijos esta noche”, dice mientras baja la cabeza y sigue revolviendo entre la basura que tiene adelante.

“Ninguno de los que estamos acá estamos porque queremos o nos gusta. Estamos acá porque no nos queda otra, es esto o dejarse morir”, dice un hombre con su rostro tapado por un pañuelo. Lo acompaña su mujer y sus dos hijas menores. Todos buscan y lo que encuentran lo suben a un carro viejo tirado por un caballo también viejo y enfermo.

La escena se completa con el “domador de chanchos”. Así llaman a Julio, un muchacho de no más de veinte años que trae a sus chanchos a alimentarse al basural. “Acá comen lo que quieren y cuando están en peso los vendo a gente que me los compra o a un frigorífico de la zona”, cuenta.

Ese es el ocultamiento que intenta invisibilizar a los desesperados. No solo no hacen nada por ellos, les da vergüenza al poder político su condición y los intentan esconder. Que nadie vea lo que hacen. Que nadie sepa que existen.

INFORME TN

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