La Orden del Temple fue disuelta oficialmente por un decreto papal en 1312 pero sobrevivió durante siglos. Según una tradición, el Gran Maestre Jacques de Molay maldijo a quienes lo condenaron antes de morir y su maldición se expandió por generaciones entre los Borbones. Por Hugo A. Berreta para LA GACETA – Tucumán.
ampliar |
Complementando la interesante nota de Antonio Las Heras sobre los enigmas en torno a la desaparición de la Orden del Temple (publicada en estas páginas el 16 de octubre pasado), se pueden citar algunos otros hechos misteriosos que rodean al proceso político-religioso que buscaba la extinción de la Orden. Entre ellos, cabría mencionar:
1) En días previos al decreto del rey de Francia que ordenaba el arresto de los templarios y la confiscación de sus bienes, al amparo de las sombras de la noche salieron de París alrededor de 50 diligencias con carga completa que se dirigieron al puerto de La Rochelle, donde la embarcaron en la flota de la Orden, partiendo con rumbo desconocido, como se destaca en la nota aludida.
2) Luego de un proceso que duró varios años, lleno de interrogatorios, acusaciones falsas y torturas en manos de la Inquisición y de la autoridad civil, que no pudo impedir el papa Clemente V por su carácter débil y pusilánime que lo hacía un prisionero de la voluntad real, y en el que se condenó a muerte a decenas de templarios y al encierro a varios cientos, el 13 de marzo de 1314 fueron quemados el Gran Maestre Jacques de Molay y el preceptor de la Orden en Normandía, Geoffrey de Charney, en una hoguera levantada en la llamada Isla de los Judíos, un promontorio ubicado sobre el río Sena, justo frente al palacio real, donde desde una terraza Felipe el Hermoso, sus hijos y consejeros, contemplaban el espectáculo, que se realizó al caer la tarde, para que el pueblo congregado se iluminase con las llamas.
En esas circunstancias, según una tradición, reuniendo sus últimas fuerzas, de Molay maldice a sus victimarios: «Sabe Dios que muero injustamente, por eso el castigo vendrá del cielo. Muy pronto caerá la desgracia sobre todos vosotros que nos condenaron, y con esta convicción muero. ¡Malditos seréis vosotros y 13 generaciones de vuestra sangre!»
Sea o no verdadero el episodio narrado, las palabras atribuidas al Gran Maestre se cumplieron plenamente: Clemente V falleció un mes después, por veneno o un ataque de disentería; Guillermo de Nogaret, que supervisó las detenciones y el juicio, muere el 27 de abril por causas desconocidas; Esquieu de Floyran (uno de los más crueles acusadores), muere apuñalado, y Felipe el Hermoso muere el 29 de noviembre por una parálisis ocasionada por la caída de su caballo durante una cacería. A su muerte subió al trono su primogénito, Luis X, que murió dos años más tarde, a los 26 años, y su esposa Clemencia asume la corona estando embarazada; el 15 de noviembre de 1316 parió un hijo que sólo vivió cinco días.
3) Casi cinco siglos después, el 21 de enero de 1793, en el momento de ser ejecutado en la guillotina el último Capeto, Luis XVI, luego de un duro encierro de varios meses con su familia en el Temple -¡precisamente en la principal encomienda que tuvieron en Francia los templarios!- se escucha el estentóreo grito de un hombre (posiblemente miembro de la masonería, a la que se vincularon los templarios que escaparon de la persecución), que proclama: «¡Jacques de Molay, estás vengado!».
Lo mencionado anteriormente confirma un hecho históricamente comprobado: a pesar de su disolución oficial por decreto papal del 22 de marzo de 1312 y la persecución y muerte de sus principales jefes, la Orden del Temple, nunca fue totalmente extinguida y sobrevivió durante siglos, tal vez hasta nuestros días. Por alguna razón las carabelas de Cristóbal Colón que llegaron al Nuevo Mundo mostraban en sus velas la característica cruz de los Caballeros Templarios. © LA GACETA