La historia de los desencuentros entre Argentina y Uruguay tiene tantos capítulos que no hay ningún libro dedicado al asunto. Ni allá, ni acá. Obligados a convivir, dedicamos poco tiempo a pensar por qué. Desde 1837 los argentinos perseguidos por gobiernos autoritarios huyen a Montevideo, y hasta el mismísimo Juan Domingo Perón dispuso francotiradores en el Puerto de Buenos Aires para disparar a los opositores que abandonaban el país. Uruguayos perseguidos por dictaduras también cruzaron el charco, aunque menos. Porque Uruguay tuvo democracias más sólidas y también mayor tolerancia con los que piensan distinto.
Mientras Perón cerraba el diario La Prensa y lograba notas de repudio contra su autoritarismo en los principales diarios del mundo, Uruguay conseguía un préstamo del Banco Mundial para obras de electricidad y telefonía. Fue el primer país de América del Sur en lograrlo. A principios de los 80, cuando Argentina invadía Malvinas, Uruguay obtenía financiamiento del Banco Mundial para forestación con especies comerciales, pino y eucaliptus, materia prima de la pulpa de celulosa con la que se hace el papel.
Todo esto lo sabe, o debería saberlo, el gobernador de Entre Ríos, Sergio Uribarri. Pero, obviamente, no le importa. Cree que puede llegar a ser el candidato «puro» del Frente para la Victoria, si enarbola la bandera que Kirchner hizo flamear, inflamado en nacionalismo, frente a las costas de Gualeguaychú. Y tiene un aliado importante, el canciller Héctor Timerman, convencido de que puede continuar en ese puesto si prolonga la «guerra con Uruguay» ad infinitum. Por lo menos, hasta que se designe el candidato a presidente del oficialismo.
El último conflicto entre Argentina y Uruguay tiene un mes. Timerman aprovechó el esperado anuncio de José Mujica de habilitar un aumento de 100 mil toneladas en la producción anual de la planta UPM (ex Botnia) para calificar el gesto de «inamistoso» y, desde allí, hacer escalar la disputa. Entre otras acciones, Argentina anunció que construirá un canal propio de salida al Río de la Plata, alternativo al que comparte con Uruguay, buscando perjudicar la operatoria económica de los puertos uruguayos.
URIBARRI CREE QUE PUEDE LLEGAR A SER EL CANDIDATO «PURO» DEL FRENTE PARA LA VICTORIA, SI ENARBOLA LA BANDERA QUE KIRCHNER HIZO FLAMEAR, INFLAMADO EN NACIONALISMO
Loable política la de hacer campaña posicionándose contra un país vecino. Aunque hay que reconocer que en ésta, Uribarri no está solo. Porque si Cristina Kirchner no estuviera de acuerdo, suponen en Uruguay, por lo menos lo haría callar.
Esta semana, consultado por el diario El País si creía que con la Presidenta «ya no hay chances de mejorar las relaciones», el vicepresidente Danilo Astori fue extremadamente cuidadoso, pero igual dijo: «Bueno, el factor político incide, quizás cambios políticos en el futuro de la Argentina ayuden a que este diálogo mejore y a que la relación también sea más positiva. Obviamente no quiero entrometerme en asuntos internos de la Argentina, pero lo político influye». O sea, con Cristina no hay forma de llevarse bien.
En Uruguay todos reconocen que la voluntad permanente de diálogo con la Argentina del presidente Mujica perjudica la imagen del gobierno, que en octubre concurre a elecciones presidenciales. En las encuestas, el Partido Blanco, que lleva de candidato a Luis Lacalle Pou, un joven dirigente, se acerca cada vez más al viejo y conocido Tabaré Vázquez. Sin embargo, a ninguno de los dos se le ocurre lanzarse a una guerra contra la Argentina para mejorar su perfil electoral.
No es que Uruguay sea un país perfecto, sino que siempre tuvo más claro que sus intereses nacionales están en las políticas de largo plazo, que cruzan gobiernos de distinta ideología. Además, no tiene presidentes con afán de adueñarse de las empresas, una actitud que sorprende y hasta se diría que asquea en este margen del Río de la Plata.
EN LA FINAL DEL MUNDIAL MUCHOS ESTARÁN DEL LADO DE ALEMANIA, PERO TAMBIÉN ESTÁN LOS OTROS Y HAY CADA VEZ MÁS, QUE SE ANIMAN A DECIRLO EN PÚBLICO
Tal vez por eso, en Uruguay sí puede decirse que la década inaugurada por Tabaré en el 2005, y que terminará cuando Mujica entregue en el 2015 el poder al que gane en octubre, sea efectivamente una década ganada. Esta semana se conocieron nuevos índices del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). La clase media uruguaya llega al 68 por ciento de la población y la clase baja al 27 por ciento. En el 2003, la clase media era del 39 por ciento y la clase baja del 59 por ciento. Supieron aprovechar el viento de cola de la economía global, y nunca lo negaron. Ahora que se le complican las exportaciones, por la caída del comercio con Argentina, básicamente, la industria decreció un 5 por ciento en relación al año pasado. Pero el consumo interno se mantiene estable, aunque amesetado, y la inflación llega al 10 por ciento anual.
Mientras Uruguay debate su destino, si ratifica el liderazgo del FA o lo castiga, hoy asistirá masivamente frente a los televisores para ver la final del Mundial de Fútbol. Muchos estarán del lado de Alemania. Aquí a los argentinos no nos quieren por soberbios, gritones, adictos los hombres a la velocidad en las carreteras y las mujeres a las cirugías que nos deforman la cara. Cuando el miércoles Argentina le ganó por penales a Holanda, en Twitter se repetía «ahora, quién los aguanta«.
Pero también están los otros. Se diría, incluso, que hay cada vez más. Y se animan a decirlo en público. El periodista Ignacio Chan, en El Observador, escribió que hinchará por la Argentina porque «ellos nos quieren, porque vemos su televisión, nos conocemos a todos sus políticos, futbolistas, estrellas de TV, sus escándalos mediáticos«. El ex diputado Colorado, periodista y actor de stand up, Washington «Turco» Abdala, escribió en Facebook que «Argentina además le da de comer a gente querida y admirada como China Zorrilla, No Te Va A Gustar, La Vela Puerca, Nati Oreiro y hasta deja hacer política a Víctor Hugo en su rol de númen inspirador del nuevo relato comunicacional del gobierno kirchnerista«.
Porque, claro, saben todo de nosotros. No ignoran -y casi les indigna- que Víctor Hugo se volvió K y repiten en sus medios que Cristina es una «cleptómana» (sic) y «paciente psiquiátrica» (sic). Aun así, los que nos quieren, nos siguen queriendo, como nosotros seguimos hinchando por la Argentina, aunque no nos guste todo lo que somos y quisiéramos parecernos un poco a los austeros y humildes uruguayos, que sin levantar demasiado la voz, exportan más carne que Argentina y tienen menos pobres que nosotros.