Cerca de 142 millones de electores brasileños están obligados a votar entre las 8.00 y las 17.00 hora local (13.00 y 22.00 en España) en las séptimas presidenciales del país desde el fin de la dictadura militar (1964-1985). Además del presidente de la República, los ciudadanos elegirán gobernadores, senadores, diputados federales y estatales. En total, serán elegidas 1.656 autoridades en los 27 Estados de la federación.
Los comicios de este año han estado marcados por una certeza y una incertidumbre: la presidenta Dilma Rouseff estará en la segunda vuelta, pero no se sabe con quién. Al contrario que en las elecciones anteriores, cuando el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) se disputaron el favor nacional, este año hay tres candidatos con posibilidades de salir elegidos.
Los tres, Dilma Rousseff, Aécio Neves y Marina Silva, votaron a lo largo de la mañana en sus respectivas secciones electorales. En Porto Alegre, la capital del Estado de Rio Grande do Sul, la mandataria declaró después de votar en una escuela pública que trabaja «con la hipotesis de que haya dos vueltas, pero que eso solo lo decidirán las urnas». Neves, que se encontraba en Belo Horizonte, la capital de Minas Gerais, dijo estar «confiado» de que será él quien irá a la segunda vuelta con Rousseff. «Veo eso con mucha naturalidad y no parece sorprendente», aseguró. Silva, que registró su voto en Río Branco, la capital de Acre, cree lo mismo. «Estoy confiada en que estaré en la segunda vuelta, si Dios y el pueblo brasileño lo quieren», declaró.
Todavía no está claro quien pasará a la segunda vuelta. La presidenta Rousseff (PT), que fue elegida en 2010 tras derrotar en la segunda vuelta al candidato José Serra, del PSDB, estaba en principio segura de que se enfrentaría en esta ocasión al candidato del mismo partido Aécio Neves. Hasta que el exgobernador de Pernambuco Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB), situado en el tercer puesto en las encuestas, murió en un accidente aéreo el pasado 13 de agosto. Le sustituyó su número dos, la ecologista Marina Silva que en los primeros sondeos tras el trágico siniestro ya escaló posiciones hasta encontrarse técnicamente empatada con Rousseff en la primera vuelta y con posibilidades de ganar la segunda.
Pero hace unas semanas, Silva empezó a caer en las encuestas por sus contradicciones al presentar su programa de Gobierno y por las duras críticas de sus oponentes. En cambio, la intención de voto a Neves ha subido, lo que ha abierto la puerta a un enfrentamiento entre el PT y el PSDB que se repite desde hace 20 años.
«No hay dudas de que el accidente cambió las elecciones. Pero ante los últimos sondeos, creo que tanto Neves como Silva pueden estar en la segunda vuelta con Rousseff», sostiene el politólogo Pedro Arruda, de la Pontifica Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).
Incluso después de dos meses de campaña, una parte de los electores sigue sin saber a quién votar. Hasta el pasado jueves, cerca del 5% de ellos estaba indeciso y otro 5% aseguraba que iba a votar en blanco o nulo, según el Instituto Datafolha. «Me apetece votar en contra de Dilma, pero dudo entre un candidato de un partido pequeño que tiene propuestas con las que estoy de acuerdo, aunque sé que no tiene posibilidad de ganar; y los otros dos principales candidatos que pueden ir a la segunda vuelta. A lo mejor entrego un voto nulo», comentó el camarero Everaldo Rodrigo, de 24 años, el viernes por la noche en Brasilia.
Los jóvenes pueden decidir las elecciones, dado que el 39,4% de los electores brasileños tiene entre 16 y 34 años. Fueron los protagonistas de las manifestaciones de junio del año pasado y mostraron su rechazo a la política y a los partidos. El presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE), José Dias Toffoli, los bautizó como la «generación online», que quiere ayudar a decidir el destino del país y ser escuchada por sus gobernantes.
Pese a ello, la Justicia Electoral está preocupada por la caída del número de electores. En los comicios de 2010, unos 24 millones de brasileños no votaron en la primera vuelta y 29 millones fallaron en la segunda, lo que supuso un récord de abstención. Según el TSE, esa ausencia tuvo un coste de 195 millones de reales (62 millones de euros), toda vez que se había montado una estructura para atender a todos los electores posibles.
En Brasil, el voto no es sólo un derecho, sino también un deber. Todos los brasileños de entre 18 y 70 años de edad están obligados a acudir a las urnas. Los que no cumplen tienen que pagar una multa de 3,50 reales (1,10 euros) o justificar su ausencia. Se calcula que los comicios tienen un coste total de 650 millones de reales (207 millones de euros).
Además de ocuparse de distribuir las urnas -todas electrónicas- y montar la estructura para los días de votación, el TSE ha tenido que evaluar la necesidad de enviar al Ejército a municipios donde hay graves problemas de seguridad. Este año, los soldados estarán presentes en 256 ciudades, el mayor número desde los comicios de 2002.
Los militares serán enviados a capitales como São Luís (Maranhão), Florianópolis (Santa Catarina) y Manaus (Amazonas), pero también a pequeños municipios como Olho D’água dos Borges (Sergipe), que tiene 4.000 habitantes. No todas las localidades lograron la autorización del TSE para recibir tropas que vigilen las elecciones. Río de Janeiro, por ejemplo, tendrá que usar su propia policía para garantizar unos comicios seguros.