Hasta pocos minutos antes de enterarse de su desplazamiento temporal al frente de la Aduana, mientras la justicia investiga una denuncia anónima en su contra, Juan José Gómez Centurión analizaba cómo seguir luego de haber denunciado a 55 importadores que giraron divisas al tipo de cambio oficial, gracias a contar con una DJAI aprobada pero prescindiendo de un despacho asociado y sin materializar la importación. Un fraude por US$ 395 millones, entre 2012 y 2015. Las inconsistencias registradas en el fenecido régimen cubría a más de 17.000 importadores por US$ 14.500 millones.
Gómez Centurión ya había impartido la orden de intimar a ese universo de importadores a que presenten los despachos (de los que la Aduana no tiene registro) o que argumenten por qué giraron más divisas de lo autorizado, o que expliquen cómo hicieron para girar fondos e importar en varias oportunidades con una misma DJAI. Pero fue desplazado.
Unos audios mal compaginados suspendieron el plan maestro que muchos temían y que Gómez Centurión había pergeñado. El axioma que mejor lo explicaba era el siguiente: lograr que el canal verde sea cada vez más verde y que el rojo sea cada vez más rojo. Así llenaba de contenido una expresión hueca en los últimos tiempos: equilibrar la facilitación comercial con el control.
La estrategia de Gómez Centurión era abandonar un modelo caduco e ineficiente de control por verificación (donde el aduanero tiene todo el poder, en el puerto) para adentrarse en el esquema de control de perfiles de riesgo de la mano del arsenal informático disponible.
Haber descubierto que el 6% de todo lo que importó la Argentina en los últimos tres años se hizo de manera irregular fue la primera (por ahora efímera) conquista de la Aduana de Gómez Centurión. Sucede que los volúmenes físicos, sumados al múltiple engranaje de tipos de mercadería que componen el universo de lo importado hacen inviable el control físico. Es como pretender solucionar algoritmos con un ábaco.
Gómez Centurión pretendía minimizar la discrecionalidad (el poder) en la Aduana. Creía que así dejaría de ser más barato ceder ante la corrupción que cumplir con la burocracia de lo legal. No le dieron tiempo.
fuente LA NACIÒN