La historia moderna de la mina de carbón de Río Turbio empezó con el peso de la muerte y con la carga de la culpa. En 2004, cuando un nacido y criado en Santa Cruz era presidente, Néstor Kirchner, la mina vivió su tragedia más importante: 14 mineros murieron por un incendio en una de las galerías. Desde entonces, todo cambió en ese rincón del territorio.
El entonces presidente decidió acallar las voces que lo criticaban en un pueblo enmarcado por el duelo y el dolor. Los bendijo con una fortuna para subsidiar Yacimientos Carboníferos Río Turbio (YCRT) y, además, les ofrendó a aquellos curtidos mineros un viejo anhelo: construir una usina que dotara de sentido la carbonífera, una empresa que vende poco del mineral que extrae.
Aquella decisión se completaba con la extensión de la red interconectada de alta tensión para sacar la energía de aquella generadora. Además, una cinta transportadora de cinco kilómetros, que hoy se puede ver y que pasa por las bocas de las minas y llega a la central, iba a transportar 1,2 millones de toneladas anuales de carbón que tenían previsto que consumirían las calderas.
Aquella maqueta del proyecto minero más importante de la Argentina se coronó con una estatua al ex presidente Kirchner, un homenaje de los mineros a una suerte de mesías que llegó a uno de los rincones más inhóspitos del país.
Pero el plan falló. En 2013, cuando la usina debía empezar a operar, la mina extraía apenas 190.000 toneladas, un combustible que alcanzaba para dos meses de quemadores prendidos. La falta de planificación y de una gestión profesional y el peso de los sueldos en los balances postergaron las inversiones por años. Así, aquel objetivo de más de un millón de toneladas se tornó un imposible.
Los miles de millones que giraban anualmente a la mina pocas veces terminaban en inversión; todo se iba en sueldos. Con el paso de los años, Río Turbio se convirtió en un muestrario de autos de lujo. Varios mineros con los que este cronista se reunió en alguno de los viajes a Santa Cruz contaron que de a poco se perdió la costumbre de ingresar a la mina. Cada vez había menos mineros que participaban en la extracción del mineral. Sólo unos números para ilustrar aquellos años de dinero fresco. En 2012, el Estado transfirió $ 1300 millones a la empresa estatal; en 2011, las entrañas de la mina recibieron subsidios por $ 1112 millones. Ese año, las ventas de mineral sumaron $ 8,2 millones, es decir, menos del 1% de lo que necesitó para sostenerse, y los sueldos se llevaron $ 831 millones. La inversión real directa fue de $ 127 millones, 10% del presupuesto total. En 2006, ese rubro implicaba casi 50% de los recursos. El peso de los sueldos y el relego de la inversión fueron determinantes para la poca explotación.
La nómina de empleados creció y hasta se empezó a anotar una lista de candidatos a ingresar a YCRT, una suerte de seguro vitalicio. Hubo una razón. Kirchner tomó una decisión en 2007: bajó la jornada de trabajo de ocho a seis horas. Además, de seis días a la semana de producción en la mina se bajó a cinco. No sólo esos trabajadores lograron algunos beneficios. Los empleados que trabajan en la central y que pertenecen a la Uocra no pagan Ganancias, al igual que muchos petroleros del Sur.
Mientras los gastos subían, el fusible fue la inversión. Si bien YCRT tenía un interventor, primero el ex gobernador Daniel Peralta y luego Atanasio Pérez Osuna, todo lo que sucedía en la empresa estatal estaba manejado por el entonces ministro de Planificación, Julio De Vido, y por uno de sus secretarios preferidos, Roberto Baratta. Hubo importación de maquinaria polaca para mejorar la producción. Pero no hay caso, la mina no produce. Además, no se terminó la central.
Lo ilustró en 2013 Emilio Martínez, un jubilado que fue el segundo de YCRT. «No hay planificación. Es una barbaridad la plata que se mete ahí adentro y no se produce. Le digo algo, es más barato que la central queme lingotes de oro que el carbón de Río Turbio. Me duele decirlo, pero es así.»
La Justicia puso el ojo en uno de los lugares donde De Vido y Baratta se manejaron con mano dura. Y, paradójicamente, no sólo en los túneles, es todo oscuridad.
fuente LA NACION