Por supuesto que a Ricardo Forster no le gusta el nombre que le pusieron al cargo que fue creado para él y en el que asumirá la semana próxima. Por supuesto que tampoco puede decirlo. No sería de buen gusto para con su joven padrino, el ahora Secretario de Políticas Socioculturales,Franco Vitali, dirigente de La Cámpora y verdadero jefe político del Ministerio de Cultura de la Nación, alguien que es prácticamente de su familia. Pero en su larga obra filosófica, erudita y poéticamente escrita, no hay citas de autores argentinos. Ni latinoamericanos. Definitivamente, el Secretario de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional, no sólo no es un cultor de los pensadores nacionales y populares, sino que en la biblioteca de su casa del barrio de Coghlan no existen libros de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, ni José Hernández Arreghi. Mucho menos de José María Rosa, como él mismo confesó a Página/12, al decir: «No soy de la línea San Martín/Rosas/Perón».
Formado en la lectura de los filósofos posmarxistas de lo que se conoce como Escuela de Fráncfort, críticos al capitalismo pero también al socialismo real, su pasión fue leer a Carlos Marx desde Theodor Adorno, Georg Lukács y, sobre todo, Walter Benjamin. Se especializó en el estudio del filósofo, crítico y ensayista alemán que se suicidó en 1940 en la frontera de España cuando trataba de huir de Francia, invadida por los nazis, y soldados franquistas le impidieron el paso.
La pluma exquisita de Forster desborda un sentimiento de derrota, una inconmensurable pérdida de la esperanza que denomina «revolucionaria», una nostalgia de un tiempo que -por otro lado- jamás conoció. Porque Forster no acompañó ninguna experiencia política. Es un hombre de la izquierda marxista que nunca se adentró en turbulentas aguas partidarias. Hasta ahora.
Es verdad que ya en el 2001, en Pensamientos de los Confines, la revista que empezó dirigiendo su gran amigo Nicolás Casullo, tío del joven Vitali, ya encendía la llama del entusiasmo a la espera del héroe, uno que no sustituya a Dios, pero que vuelva a recordar esos sueños románticos y emancipatorios, esa esperanza redentora como la inaugurada en la Revolución….Francesa. Esas turbas que avanzaron sobre la Bastilla o las que coparon la Comuna de París son las referencias revolucionarias de Forster. Y para poetizar esa esperanza libertaria, no acude a Leopoldo Marechal, sino que propone el «nuevo día» imaginado por el poeta alemán Holderlin, ansioso por traer la primavera de los pueblos… europeos.
FORSTER ES UN HOMBRE DE LA IZQUIERDA MARXISTA QUE NUNCA SE ADENTRÓ EN TURBULENTAS AGUAS PARTIDARIAS. HASTA AHORA
No se trata de hacer chauvinismo. El pensamiento de Forster es rico y es valioso adentrarse enWalter Benjamin y el problema del mal (2001) o Mesianismo, nihilismo y redención (2005), por mencionar sólo dos de sus obras. Sólo que es difícil no preguntarse si no habrá sido víctima de una gloriosa zancadilla de quien eligió el nombre de una secretaría que pudo llamarse de cualquier otro modo. Bastaba con que se lo hubieran preguntado.
Por empezar, está claro que quien le impuso coordinar estratégicamente el pensamiento nacional, no leyó su obra. Más aún: no le interesa nada de lo que piensa, porque aún en El litigio por la democracia y La anomalía kirchnerista, sus dos últimos libros, donde poetiza la figura de «Kirchner, su nombre, (que) vino a catalizar fuerzas visibles y subterráneas de una realidad en estado de intemperie» y anuncia que es necesario «reconocer los momentos de ruptura o de inflexión que desplazan las fuerzas inerciales y dominantes en la historia que aparecía como repetitiva e inexpugnable», carece de experiencias argentinas históricas y de referencias de autores «nacionales». Su aporte, claramente, es filosófico mesiánico –el héroe llegó y se llama Kirchner– y bellamente poético –el regreso de la esperanza emancipadora en la larga travesía de la Argentina como Nación.
Desde su blog http://www.abelfer.wordpress.com, el filósofo peronista Abel Fernández se preguntó si la nueva Secretaría era una joda y se imaginó a Carlos Kunkel agarrándose los dedos con un cortafierro. También en http://www.loshuevosylasideas.blogspot.com, otro filósofo, tucumano, dice: «Somos así de narcisistas. No tanto como Forster, que a poquísimo de su nombramiento nos recordó su idoneidad para el cargo, cuando aclaró que no viene de esa tradición» (nacional).
Forster, claro, no se va a poner a discutir con los peronistas, territorio que desconoce por completo. Sus contrincantes, siempre, son sus viejos compañeros de ruta que no se hicieron K, a los que define como «progresistas neoconservadores», por refugiarse en «una retórica del consenso y del fin de los conflictos», temerosos por «la presencia tumultuosa y conflictiva de las masas».
Lo curioso en el pensamiento de Forster es su palmario descuelgue con la realidad argentina. «El sujeto activo y consciente de sus demandas y de su fuerza» que supuestamente teme la clase media progresista y conservadora, los que se movilizan, cortan calles y rutas, no lo hacen precisamente para agradecerle al matrimonio Kirchner, sino para protestar por el ajuste y los despidos en las fábricas. «La masa desafiante», «la chusma oscura», «el pueblo movilizado» es reprimido por las policías provinciales del modelo que lo emociona, incluso por otro Secretario de Estado, el mismísimo Sergio Berni, y antes por la Gendarmería que espió ilegalmente a las organizaciones de izquierda.
ES DIFÍCIL NO PREGUNTARSE SI FORSTER NO HABRÁ SIDO VÍCTIMA DE UNA GLORIOSA ZANCADILLA DE QUIEN ELIGIÓ EL NOMBRE DE SU SECRETARÍA
Así como la anomalía kirchnerista no puede explicar por qué a esta altura de las cosas, después del giro de la historia que se operó en el 2003, no hay menos pobres, sino más, ni menos desigualdad, sino más, ni más educación, sino menos, tampoco quiere hacerse cargo del «registro moral en el que se mueve» la mentalidad del progresismo actual. Se supone que Kirchner, su nombre, era un adicto al dinero, al punto de pesarlo y tocarlo eróticamente, pero eso no se trataría de una anomalía con consecuencias trágicas en la gestión del gobierno, sino una sospecha de tipo «reaccionaria».
También considera «una nueva forma de conservadurismo» de la clase media lo que vulgarmente llamamos inseguridad, pero que para Forster es «miedo que se asocia al caos, a lo impensable, a fuerzas sordas y arcaicas, miedo al portador de lo siniestro y expresión de un camino hacia el abismo de la neobarbarie», sin aceptar que también en el conurbano profundo se reclama por lo mismo. Y están igualmente agobiados allí por las mafias, el narcotráfico y la trata de personas.
En fin. Para los ciudadanos de a pie, Forster ya no es más el intelectual de izquierda con nostalgias de un antepasado redentor destinado a resucitar, sino un funcionario de un poder político obsesionado por sostener un relato al que todos los días le aparece una nueva rajadura. Como tal, está obligado a padecer el asedio del periodismo no adicto, al que desprecia, aunque es cierto que jamás se le ocurrió perseguirlo.
Sin embargo, peores experiencias le esperan. Su fascinación con «lo plebeyo», con esa «masa rebelde, multitud, pueblo», su peronismo tardío, no lo inoculó con los peronistas reales, despiadados con un extranjero, brutales con un intelectual de hablar difícil. En la boa constrictora que es el peronismo cuando gobierna, esa fuerza que lo deglute todo, hacen cola para divertirse con él y hacerlo equivocar.