En franca minoría y arrinconados por su propio discurso de tildar de traidores a los disidentes, los kirchneristas del Senado tienen decidido quedarse a «dar la pelea adentro» antes que romper la unidad de un bloque del Frente para la Victoria (FPV) que se ha convertido en punta de lanza del acuerdo entre la administración de Mauricio Macri y los gobernadores del PJ.
En un bloque con 41 miembros, el «cristinismo» en el Senado tiene, en la más optimista de las cuentas, una decena de miembros. La cifra es importante y respetable: representa un cuarto de la bancada del PJ, pero ese número caería en picada a la hora de emprender el éxodo. Ésta una de las razones por las que prefieren no romper.
La nómina de kirchneristas en el Senado la encabezan Anabel Fernández Sagasti (Mendoza), Virginia García (Santa Cruz), María de los Ángeles Sacnúm (Santa Fe) y Ana Claudia Almirón (Corrientes), quienes, además de su condición de mujeres, tienen en común su pertenencia a La Cámpora. A este «núcleo duro» deben sumarse un kirchnerista histórico como Marcelo Fuentes (Neuquén) y la santacruceña María Ester Labado.
A partir de aquí debe trazarse una línea detrás de la cual las lealtades a las órdenes de Cristina Kirchner son, por lo menos, debatibles. En este casillero aparecen los nombres de María Pilatti de Vergara (Chaco), Ruperto Godoy (San Juan), Sigrid Kunath (Entre Ríos) y Teresita Luna (La Rioja). Según quien la confeccione, en la lista también suelen anotarse los nombres de Liliana Fellner (Jujuy), Pedro Guastavino (Entre Ríos) y Daniel Pérsico (San Luis).
Sin embargo, la toma de decisión del kirchnerismo en el Senado pasa casi de manera exclusiva por el «núcleo duro». Son ellas (Sagasti y García, la cuñada de Máximo Kirchner, sobre todo) las que aún no han aparecido por la presidencia del bloque, a pesar de que toda la semana pasada estuvieron en sus despachos y mantuvieron una febril agenda de reuniones con sus conmilitones de La Cámpora de Diputados, vibrando al ritmo de la interna peronista.
Horrorizados por la postura conciliadora con el Poder Ejecutivo de los gobernadores peronistas y del jefe de la bancada, Miguel Pichetto (Río Negro), según la definición que le dio a LA NACION un senador con relación con ambos grupos, los kirchneristas decidieron la semana pasada quedarse a «dar la pelea» en el bloque luego de analizar la idea de hacer rancho aparte. Después de todo, abandonar el bloque dando un portazo fue uno de los pilares de la carrera política de Cristina Kirchner.
A la decisión de mantenerse en el redil ayudó la ruptura del bloque de Diputados. Los «doce apóstoles» liderados por el ex director de la Anses Diego Bossio y apañados por el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, fueron tildados de «traidores» por los principales referentes kirchneristas de la Cámara baja. Esto cerró el camino de la escisión para el «cristinismo» en el Senado.
Otro panorama
Ya se dijo que el escaso número de deserciones que conseguirían es otra de las causas por las cuales los K prefirieron mantenerse en el bloque. Asociada a ésta, aparece otra razón. A diferencia de los disidentes de Diputados, que aunque pocos fueron recibidos con los brazos abiertos por el presidente de la Cámara baja, el macrista Emilio Monzó, el kirchnerismo en el Senado no tendría la misma recepción de parte de la vicepresidenta Gabriela Michetti. Es más: la ruptura serviría como excusa para borrarlos de la integración de comisiones clave y reemplazarlos por senadores proclives a llevar adelante una oposición menos virulenta.
En este escenario, cada reunión de bloque del FPV promete convertirse en una disputa ideológica y cada sesión expondrá el voto dividido entre kirchneristas y peronistas. Cuánto tiempo podrá durar esta situación es toda una incógnita.
fuente LA NACIÓN