PERE SOLÀ GIMFERRER/LA VANGUARDIA
Mr T es un hombre tan hecho a si mismo que incluso se cambió el nombre y apellido por una simple inicial. No, nadie le conoce como Laurence Tureaud, un nombre que había dejado de lado mucho antes de convertirse en el inolvidable M.A. de El equipo A, ese mecánico que odiaba volar pero cuyo peinado de cresta mohicana se convertiría en un referente en los ochenta. ¿Y qué ha sido de él desde que dejó la brigada de Hannibal? Pues, por encima de todas las cosas, un hombre de fe.
Nacido en una familia donde era el más joven de 12 hermanos en 1952, Turaud tuvo que criarse en una de las zonas más pobres y conflictivas de los Estados Unidos. Sin embargo, no fueron los crímenes en las calles las que le hicieron crearse el apodo de Mr T sino la condescendencia de las personas blancas hacia los miembros de su familia.
Se hizo llamar Mr T porque estaba harto que las personas blancas se refirieran a los miembros de su familia como “chicos” por el hecho de ser negros
Harto de que llamasen “chico” tanto a sus hermanos como a su padre, sin ninguna clase de respeto, empezó a presentarse como Mr T: “Así que cuando cumplí los 18, cuando era suficientemente mayor para luchar y morir por mi país, para beber, para votar, me dije que era suficientemente mayor para ser llamado como un hombre”. Así se aseguró que siempre más le llamasen “señor” de forma imperativa.
El posado de tipo duro con cadenas de oro en el cuello llegaría un poquito más tarde. Después de ser expulsado de la Universidad de Prairie View donde había entrado con una beca por su talento en el fútbol americano y tras pasar por el ejército (donde desarrollaría su habilidad para cortar árboles), acabó trabajando de gorila en una discoteca.
El peinado no era por los nativos mohicanos sino porque había visto ese corte de pelo en los guerreros africanos mandinka en una revista de National Geographic. ¿Y por qué las cadenas de oro? Porque eran los objetos personales que los clientes perdían o se dejaban allí tras una pelea, y porque les acabaría dando un significado: llevaba oro porque era uno de los regalos que le llevarían los reyes magos al niño Jesú s después de su nacimiento, porque se lo podía permitir y porque las cadenas le servían de homenaje a sus antepasados esclavos.
Incluso las llevaba para dormir para imaginar como se sentían en tiempos de represión absoluta. Pero eran tan llamativas todas esas cadenas de oro que en 1983 hasta se vendían en packs para imitar el look de Mr T, y el aspecto de esos packs no era precisamente bíblico.
El que acabaría siendo el rival de Sylvester Stallone en Rocky III como Clubber Lang no era un músculo de proteína artificial sin uso en la vida real. Era el tipo que echaba los traficantes del local y que protagonizaba tantas peleas (por trabajo) que se ganaría una reputación tanto entre los juzgados como entre las estrellas. De gorila pasó a guardaespaldas profesional y entre su clientela destacaron Steve McQueen, Michael Jackson, Diana Ross y hasta Muhammad Ali (y se calcula que podía cobrar hasta 10.000 dólares por jornada de trabajo).
Entre su imagen, sus habilidades por la lucha libre y su papel en El equipo A, donde trabajó entre 1983 y 1987, Mr T se hizo más personaje y celebridad que actor, siendo incapaz de repetir papeles tan míticos como los que había interpretado en la serie o en el título de boxeo. Consciente de ello, no tuvo problemas en exprimir al máximo su fama con producciones de segunda como la serie de boxeo T & T que tuvo tres temporadas, presentando programas de lucha libre (y protagonizando luchas) y prestándose a cualquier cameo que le brindase un poquito de atención (en No es otra estúpida película americana demostraría lo poco que se tomaba en serio).
Pero, sobre todo, Mr T ha utilizado siempre su fama para hacer el bien. Sólo hay que ver que, cuando estaba en la cúspide en 1984, lanzó un vídeo motivacional para niños llamado Be Somebody… or Be Somebody’s Fool!. Entre canción y canción, les aconsejaba cómo vestir bien sin tener dinero, cómo bailar breakdance o cómo controlar su odio. Esta visión tan positiva no calaría tan bien entre sus vecinos de la ciudad de Lake Forest, donde por libre decidió talar 100 árboles, un suceso que los medios de la época llamarían “The Lake Forest Chain Saw Masacre” en referencia al título original de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Masacre).
Cristiano renacido, Mr T siempre está dispuesto a hablar de sus rezos (es lo primero que hace cada día al despertar). Sólo hay que entrar en su cuenta de Twitter para ver que Dios está presentes en todos y cada uno de sus tuits: “Para vuestra información, no soy un actor que por casualidad es cristiano. ¡Soy un cristiano que por casualidad es actor!”.
Él considera, de hecho, que obtuvo el papel en Rocky III porque había donado sus dos premios consecutivos al Gorila Más Duro de América a su parroquia (alrededor de 10.000 dólares de la época). Y por una cuestión de fe dejó de llevar las cadenas de oro en 2005 de forma temporal: después del desastre del huracán Katrina, creía que era “una ofensa a Dios” ir con complementos tan ostentosos cuando había tanto sufrimiento a su alrededor.
Esta obsesión por ser un buen cristiano es lo que le llevó en 2005 a protagonizar su propio reality, Pity the fool, donde se paseaba por pueblos realizando buenas obras. Ayudaba a los vecinos a ser mejores personas, intentaba reunir familias que habían roto, intentaba transmitir valores positivos como el compañerismo… Se llamaba Pity the fool (su frase más recordada de Rocky III) como se podría haber llamado El buen samaritano, y tuvo tan poco éxito que no emitió más de seis episodios. Más adelante, intentaría reconvertirse en youtuber con un consultorio online que duró literalmente tres episodios.
Puede que ya no sea un actor muy solicitado (uno de sus últimos trabajos fue poner la voz de un personaje de Lluvia de Albóndigas en 2009) pero su halo de estrella le permite ser un habitual tanto en programas de entrevistas como en cualquier programa deportivo o de lucha. Eso sí, sus habilidades físicas no incluyen el baile: en 2017 participó en Dancing with the stars, el Mira quién baila estadounidense, y fue el tercer eliminado (el campeón acabó siendo Rashad Jennings de la NFL).
¿Y cuál es su última obsesión? Contra todo pronóstico un deporte que nada tiene que ver con la lucha libre o el boxeo: el curling. Durante los Juegos Olímpicos de Pyeongchang descubrió que el deporte “le importaba de verdad” mientras enamoraba los canadienses al ver que apoyaba su equipo. Es una caja de sorpresas, el hombre que tanto grababa álbumes didácticos en los ochenta (tiene dos publicados) como recibía inesperadas propuestas: desde ayudar a encontrar personas desaparecidas como asesinar por encargo. Pero evidentemente un siervo de Dios como él no aceptaba semejantes propuestas.