SAN CARLOS.- «Esto es una colonia agrícola. No hay otra cosa que maíz, soja y gente de campo. Y ahora estamos en medio de esta película.» La definición del presidente comunal de San Agustín, Emiliano Mónaca, que gobierna ese pueblo de 1017 habitantes, enclavado en el corazón de la zona pampa productiva, buscaba despejar cualquier duda.
El esfuerzo de los pobladores de San Agustín, Matilde y San Carlos apuntaba a desmantelar cualquier conexión con Víctor Schillaci y los hermanos Lanatta. «¿Cómo llegaron acá?» En el pueblo se tejían todo tipo de versiones. Porque a pesar del estupor, nadie podía esquivar la tentación de quedar fuera de la saga policial. Sólo se conformaban con ser espectadores. «Acá nunca pasa nada», argumentó una joven que charlaba con sus amigos en la vereda. Los helicópteros arremolinaban los pastos sueltos y levantaban tierra a unos 200 metros.
A las 19, cuando el sol ya descendía sobre los campos donde se pensaba que se escondían los tres prófugos, el intendente de San Agustín le mostró mapas de las zonas más difíciles a los altos mandos de las tres fuerzas federales a cargo del operativo. Hay cañadas, algunas lagunas y los maizales. «Yo les recomiendo que vayan a caballo y con perros», les dijo el joven presidente comunal con un mapa que no entraba en el pequeño escritorio. Y los descolocó.
En Gendarmería creían que en la zona rural de ese pequeño pueblo, donde el radio urbano se termina a tres cuadras de la plaza principal, se encontraban los prófugos. El intendente les pidió a los vecinos que no salieran de sus casas, pero muy pocos le hicieron caso. Nadie quería perderse nada. Incluso, algunos trataban de ayudar. Raúl y Sergio, dos productores rurales, sirvieron de guía a los gendarmes y miembros de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA).
Patrulleros de las fuerzas federales deambulaban sin cesar por los caminos de tierra y las calles de esa localidad. Cuando se veía una nube de tierra que se levantaba sobre el horizonte era un comando en busca de los prófugos.
Tres helicópteros revisaban los caminos y descendían cuando observaban algo sospechoso. Montaron retenes en las calles de tierra que se meten en los campos cultivados y potreros. No dejaban transitar a nadie por esos caminos. «Estamos en una zona donde hay peligro y efectivos con orden de disparar», advertían los gendarmes a algunos curiosos, que en ciclomotores pretendían ingresar a la zona crítica, entre San Carlos y San Agustín. La noche sembró algo de temor. Y ya nadie quedó en la calle a pesar del calor y rompió la costumbre de tomar cerveza en la vereda.
fuente LA NACIÓN